Lo llevé en su silla de ruedas…
“Yo creo que la mayoría de las empresas de esta calle son extranjeras”; “los mexicanos no hemos sabido hacer muy bien las cosas”, dice mi padre en su silla de ruedas.
“Debes escribir un artículo acerca de este paseo”, me dice, tras gozar como pocas veces he visto a alguien y mirar con inmenso amor a la gente, la calle, el cielo, los edificios icónicos y la atmósfera armónica del Centro Histórico de la Ciudad de México. Yo empuño su silla de ruedas. Es mi papá, tiene 99 años, y hacía más de 20 que no caminaba por estas calles.
“¡Madero!”, exclama la mañana del sábado, cuando atravesamos el Eje Central y nos incorporamos a la peatonal adyacente a la torre Latino que tantas veces transitó cuando por más de 50 años —entre 1941 y 1991— atendía una pequeña papelería detrás de catedral.
Metros adelante hacemos una pausa porque mi mamá quiere entrar unos minutos al templo de San Felipe, que visité innumerablemente de niño. Y ahí fue cuando llegó la magia: sentado en su silla de ruedas, y mientras observaba la calle peatonal —cada detalle, cada color, cada movimiento—… se le detuvo el tiempo. Salieron lágrimas.
¿Son muchos recuerdos, verdad?, le pregunto. “Muchos, muchos… fueron muchos años…”, responde, mientras yo percibo, cual si fuera una película colateral a mi mente, los miles de pasos que dio mientras construyó su historia: de un pequeño pueblo de Veracruz, Altotonga, a triunfar en la ciudad.
A lo largo del paseo lleva los temas hacía mi interés profesional y periodístico: “Yo creo que la mayoría de las empresas de esta calle son extranjeras”; “los mexicanos no hemos sabido hacer muy bien las cosas”; “con el yen devaluado van a llegar muchos productos extranjeros y las empresas mexicanas van a quebrar”. Luego me pregunta: “¿ese es un banco?”. No, es Zara, le respondo, la tienda de ropa. “¡Ah!, como en Madrid”. Sí… Luego exclama al pasar por un edificio: “¡El Banco de México!”
No tengo cuenta en Facebook, pero si la tuviera postearía ahí la foto que nos tomamos en ese momento.
No sé cuántos adultos mayores lleguen a 99 años de edad con tanta luz como él. A los ancianos de gremio les suelen hacer homenajes y dar reconocimientos. Los artistas los merecen en Bellas Artes. Pero los demás mexicanos que también han construido este país tienen una suerte dispar. Yo se lo brindo aquí a él, comerciante, empresario, pensador. Mi papá.