Lo que es: ¡ES!

Odiamos envejecer y perder fuerza y energía. La obsesión por la juventud y la negativa a aceptar nuestra vulnerabilidad alimenta nuestros miedos.

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Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de sembrar y tiempo de cosechar.- Eclesiastés

Reconocer la verdad es un desafío porque no nos gusta aceptar que hay algo que resolver y que podría ser nuestra responsabilidad. En especial no es fácil aceptar que tenemos que renunciar a algo que valoramos. 

No nos gusta aceptar los hechos que entran en conflicto con nuestras creencias, porque eso significa ponerlas en duda y enfrentarnos a la realidad. Nuestras “realidades fantasiosas” las creamos a la medida para protegernos de la verdad. No queremos pensar en lo que urge resolver y creemos que no existe si dejamos de pensar en ello; no queremos hacer caso a alguna molestia física que, atendida a tiempo, se puede evitar que pase a mayores; no queremos pensar en la muerte para prepararnos, viviendo más conscientemente y poniendo nuestras cosas en orden, y sí, nos ocupamos en buscar distracciones intentando evitar la realidad, por más que la experiencia nos haya demostrado que jamás podremos ganarle. 

Odiamos envejecer y perder fuerza y energía. La obsesión por la juventud y la negativa a aceptar nuestra vulnerabilidad alimenta nuestros miedos. Lamentamos que el pasado no fuera de otra manera o deseamos que los demás se ajusten a nuestras expectativas y sólo nos garantizamos un sentimiento constante de desilusión, culpabilidad y fracaso. 

No aceptar la realidad puede parecer muy atractivo. Es como “tapar el sol con un dedo”, quedando atrapados en las fantasías.

La no aceptación de la realidad nos desconecta de las demás personas y experiencias. Conozco a quienes viven combatiendo la realidad, incapaces de aceptar la verdad; sin embargo, ésta se impone y la falsa ilusión se desvanece porque la vida es lo que es. 

Hay que aceptar que es imposible detener o cambiar la realidad, cuando  la aceptamos liberamos nuestra energía y habilidades para concentrarlas en vivir en el mundo real. Para aceptar se necesita que muera el viejo “yo” y de paso al nuevo “yo” que reconoce lo que sí es real. Tiene cierto encanto emprender el camino de la aceptación, atreviéndonos a dejar la zona conocida. Nos encontraremos libres para transitar ese nuevo camino. Es paradójico pero se aprende más cuando admitimos y aceptamos nuestra ignorancia. 

Hay que experimentar el mundo real, no la angosta y necia “realidad de fantasía” y, por lo tanto, inexistente.   

¡Ánimo! Hay que aprender a vivir.

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