Los monopolios

El problema no es lo que los partidos dicen o asumen, sino lo que hacen cuando tienen el poder.

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Desde su tierra, el dirigente del PAN, Gustavo Madero, anunció que promoverá una acción de inconstitucionalidad contra las nuevas disposiciones en telecomunicaciones; se inconformará con el tema de la competencia y de los monopolios. A su entender, las nuevas leyes contravienen a la Constitución, a pesar del voto de los legisladores panistas a favor de la reforma.

No se entiende. Si es tal su convicción, entonces tuvo que definir postura como partido. Los legisladores del PAN debieron someterse al criterio de constitucionalidad, más allá de la conveniencia o pertinencia en las reformas secundarias. La Constitución no se discute, se acata. Esto lo entiende mejor que nadie el PAN, el partido con mayor tradición y compromiso con la legalidad.

La realidad es que el PAN —legisladores y dirigencia— no quiso confrontarse con los medios televisivos. Con generosidad les sirvieron en los 12 años en el gobierno, historia que se repite en la oposición aunque de manera vergonzante. Gustavo Madero asumió públicamente una postura contraria a los legisladores, pero invocó las diferencias que existían en la bancada (la mayoría estaba a favor de la reforma) para que se aprobara en términos distintos a lo que él señalaba. Las diferencias son pretexto, si le importaran no hubiera designado a Jorge Luis Preciado como coordinador de sus senadores.

No es problema mayor el juego de espejos del líder nacional del PAN ni de sus legisladores. El problema para el país es que no hay partido o proyecto político que abandere propiamente la economía de mercado. El liberalismo económico existe en la burocracia financiera y a medias; lo que sucedió en el pasado bajo el dominio de la tecnocracia fue la privatización, no que se hiciera valer al mercado y a la competencia.

La privatización sin regulación no solo llevó a la más costosa y perniciosa de las crisis (Fobaproa), sino que propició el surgimiento de monopolios y la concentración productiva, objetivos contrarios al proyecto de liberalización económica. Los monopolios por sí mismos son indefendibles, los públicos se han visto como un mal necesario o mal menor respecto a los monopolios privados. El mercado no es mágico, requiere regulación y tiene un enorme potencial si se hacen valer los intereses de los consumidores.

La izquierda mexicana está a años luz del liberalismo. Insiste en la perspectiva estatista y en muchos temas, seguramente por fijaciones históricas y doctrinarias, es mucho más conservadora que muchos partidos comunistas y socialistas de las democracias. No aprendió de la historia, de la propia ni de la ajena, carente de imaginación se ha refugiado en el mito y se ha sustraído de un debate en el que tendría mucho que demandar, proponer y construir.

Al PRI se le dificulta entender y asumir los principios y valores del liberalismo. Muchos de sus cuadros son una suerte de lopezobradoristas de clóset. No entienden la crítica social de Octavio Paz o de Daniel Cosío Villegas, a lo más que llegan es a citas ramplonas de Reyes Heroles. Aún así, el PRI es el partido de las reformas y ha sido promotor, en ocasiones con el apoyo del PAN, de cambios políticos y económicos de corte liberal.

El PAN pudo ser el partido del liberalismo. De hecho a su fundador, Gómez Morín, se le puede ubicar doctrinariamente como liberal, lejos de ser conservador. Se puede ser liberal y católico, pero no si se asumen los valores y postulados conservadores respecto al Estado, la Iglesia, la familia y la sociedad, como ha sucedido con frecuencia. En un capítulo reciente, el PAN se ve asaltado por imágenes de algunos de sus jóvenes cuadros que por igual muestran venalidad, intolerancia, racismo e irresponsabilidad, posturas propias de ultraderecha ajenas a la corriente mayoritaria panista.

Finalmente, el problema no es lo que los partidos dicen o asumen, sino lo que hacen cuando tienen el poder.

Aunque el PRD o la izquierda no ha alcanzado el gobierno nacional, su desempeño en gobiernos locales y en el DF lo muestran un tanto contradictorio, quizás por el pragmatismo que ha caracterizado a sus gobernantes, incluso a López Obrador durante su gobierno en el DF. El PRI, ya se dijo, es proclive a las reformas, pero éstas no se desprenden de la doctrina partidaria, sino de la influencia de la tecnocracia en el programa de gobierno.

El PAN en el poder hizo muy poco para contener a los monopolios y lo que es peor, en el caso de los mediáticos, por oportunismo y falta de sentido de Estado, les concedió un espacio de influencia política que mucho afectó a los medios y al país. Hoy el dirigente dice luchar contra los monopolios. Poco creíble. La tarea ahora, al menos, es rescatar al Estado en su insustituible tarea de salvaguardar el interés general. Los órganos reguladores son un buen principio.

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