Los peligros de madurar

En el mundo actual el proceso de madurar parece estar limitándose al hecho de lograr adaptarse a las tendencias imperantes en nuestras sociedades.

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No sé ustedes, pero yo he tenido la oportunidad de conocer jóvenes adultos de 23 o 24 años maduros, por lo contrario he tenido desgraciadamente la oportunidad de ver a adolescentes mayores de 50 años, gente que, a pesar de los años transcurridos, presenta comportamientos que evidentemente no corresponden a su edad y de la que esperaríamos conductas más maduras, reflexivas y mesuradas. Parece ser que la acumulación de hojas del calendario no garantiza para nada el llegar a una plena madurez.

En el mundo actual el proceso de madurar en buena medida parece estar limitándose simplemente al hecho de lograr adaptarse a las tendencias imperantes en nuestras sociedades. 

Hasta hace no pocos años había quienes aseguraban que todo hombre habría de ser un idealista a los 20 años y un materialista empedernido a los 40; es claro que para quienes así opinan el madurar parece ser un proceso a través del cual el ser humano ha de irse despojando de sus sueños, ideales y aspiraciones más nobles para acabar adaptándose lo mejor posible a un mundo cínico en el que importo yo, después yo y en última instancia yo.  

¿En qué nos hemos convertido el madurar? Parece que aquello a lo que llamamos madurar se está restringiendo cada vez más a la renuncia a los ideales de juventud en aras de lograr un estatus que ante los ojos de una sociedad materialista y consumista signifique que tenemos una alta capacidad de consumo; maduro es aquel que logra una mejor casa, tener un mejor automóvil, poder adquirir cada vez en mayor cantidad todos aquellos satisfactores que la vida moderna nos señala como necesarios  y si logramos todo esto hemos “madurado”; madurar cada vez más tiene que ver con el tener y cada vez menos tiene que ver con el ser, es así como el proceso de madurar acaba prostituyéndose y perdiendo su real sentido de vida.

Los seres humanos para poder sobrevivir se adaptan, es así que en ocasiones acaban renunciando  a la verdad, cuando ven que en nuestras sociedades quienes adulan, lambisconean o lamen suelas adelantan muy rápidamente a los que aman la verdad y la defienden. La tentación de adaptarse para progresar seduce a muchos, pero son aquellos maduros, sean de la edad cronológica que sean, quienes logran mantener la verdad como un acto humano primordial y definitorio de lo que significa realmente ser un verdadero hombre o una verdadera mujer.

Recuerdo que alguna vez mis alumnos me comentaron de un nuevo maestro, quien al presentarse les dijo que él estaba para darles clase y no para confiar en ellos, porque desde su perspectiva no existía nadie que fuera confiable. Al preguntarme qué pensaba de lo dicho por el profesor, les expliqué que si aseguraba que nadie era confiable muy probablemente él no era de confiar. Hay una marcada tendencia de algunos seres humanos a identificar como un rasgo de madurez el no creer en su prójimo, cuando es la confianza la que alimenta las sanas relaciones familiares, de amistad, de trabajo y en general de todas las actividades de aquellos verdaderamente maduros.

Lo mismo podemos decir de la justicia: todo joven anhela un mundo justo, un mundo en el que los seres humanos tengan garantizado todo aquello que en realidad les corresponde, pero van descubriendo que generalmente el que batalla contra la injusticia acaba sufriéndola, muchos acaban aceptando pequeñas injusticias que derivan en una aceptación callada de lo que no debe ser, porque “así es el mundo”, “qué le vamos a hacer”; gracias a Dios existen muchos seres humanos que entienden a la perfección lo que el papa Paulo VI clamaba en alguna de sus encíclicas: nadie tiene derecho a gozar de lo superfluo cuando otros carecen de lo necesario para la vida.

Creemos cuando jóvenes en la paz y en el amor, pero la brutalidad de algunos gobernantes, la avaricia de algunas empresas, la intransigencia de algunas ideologías acaban convenciendo a muchos que tenemos derecho a combatirlos con igual brutalidad, avaricia e intransigencia, cobrando ojo por ojo y diente por diente, sin darnos cuenta de que al hacerlo este mundo será un mundo de ciegos y chimuelos.

No renunciemos a los ideales, los valores, la verdad, la confianza, la justicia y la paz, no permitamos que los profetas del “así es el mundo” nos obliguen a enterrar en el ataúd de nuestros cuerpos adultos aquellas esperanzas de nuestra juventud. Seamos realmente maduros al lograr que todos esos sueños juveniles se conviertan en realidad y den fruto entre nosotros.

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