Luis Miguel al 60 por ciento

Luis Miguel es un producto; una empresa mediana, si se quiere. Y es en ese carácter que debería garantizar la calidad de lo que ofrece.

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Pagué más de tres mil pesos en Ticket Master por dos boletos para ver el concierto de Luis Miguel en el Auditorio Nacional. Hacía 15 años que no lo veía; había perdido el gusto por su música, pero me daba curiosidad reencontrarlo en un domingo en que el Super Bowl me daba flojera.

Yo no sé si pasaron dos o tres canciones, pero fue desde el inicio cuando detecté la pobreza del concierto y el cinismo del cantante. Más allá de que el tío sea un personaje con desplantes extremos de pedantería —lo cual me parece fenomenal y divertido—, Luis Miguel ha decidido hacer muy mediocremente su trabajo. Canta muy parcialmente sus canciones y exagera en el uso de recursos alternativos: el peor de todos cuando estira el brazo para que su público cante en vez de hacerlo él mismo. Ni se esfuerza.

Todos los cantantes populares se regodean cuando las masas tararean sus melodías; pero Luis Miguel parece haber montado esta temporada de conciertos solo para facturar sus ingresos anuales. Caray, se antoja hasta que la Profeco inicie una demanda de acción colectiva a favor de quienes nos sentimos esquilmados por pagar para escuchar cantarle a él.

Luis Miguel es un producto; una empresa mediana, si se quiere. Y es en ese carácter que debería garantizar la calidad de lo que ofrece.

Hace un mes vi a Celine Dion en Las Vegas. Con una producción elegante y seria; el show estaba diseñado para apreciar la voz de la canadiense. Otros artistas mexicanos, concebidos a sí mismos como garantes de lo que su show y música deben reflejar, entregan productos de clase mundial. Emmanuel hizo una reingeniería fenomenal de su música. El gran Juan Gabriel —con voz y cuerpo algo deteriorados— entrega el alma. Pero Luis Miguel ha decidido echar la hueva. Uno se queda con la impresión de que la gran voz que tiene, completa, solo la deben escuchar sus mujeres en la intimidad.

Encima de esto hay un problema: la nobleza del público, que exige poco. Muchas mujeres le festejan que arroje un beso al aire o les toque el meñique. Solo cuando aparece el mariachi, que de suyo lo reta vocalmente más, que el tipo entrega productos sonoros más completos.

Debería haber un estándar ISO para cantantes. Entretanto, no vayan. No.

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