Maestro, una palabra ofendida
El maestro es conductor, modelo, ejemplo, iluminador del camino, diestro líder que sabe por dónde ir.
Maestro es el que es más, se opone a ministro que es el que es menos. La definición etimológica de maestro es muy ilustrativa: se refiere a aquel que está por encima de los demás, al que domina el panorama y puede conducir. La palabra maestro viene del latín magis (el que mas). En esto no hay discusión, pero sí en cuanto a la segunda parte de la palabra: unos dicen que el tro se deriva del verbo latino stare, que significa estar: el que está de pie en lo alto, ya que en latín se dice magister, al que domina a la perfección una ciencia, un arte u oficio, pero otros consideran que proviene de un antiquísimo sufijo indoeuropeo (ter) que marca contraste u oposición, de ahí que al principio dijimos que maestro es el que más y ministro el que menos: uno es el guía, el otro es el servidor, el lacayo. Sea uno u otro el verdadero origen del término, no hay duda de que maestro es una palabra que hay que decirla con respeto, quien la lleva adherida a su nombre debe ser ejemplo de virtud, de valores familiares, cívicos y sociales en grado de excepción. El maestro es conductor, modelo, ejemplo, iluminador del camino, diestro líder que sabe por dónde ir y a dónde llevar a quienes se acogen a su sabiduría o a quienes le son puestos bajo su cuidado. Cuando a alguien le dicen maestro le ponen una carga de responsabilidad enorme encima.
Claro, hablamos del que enseña: el maestro por antonomasia, quien se supone dotado de las herramientas técnicas y científicas y las prendas morales y virtudes sociales que le permiten entrar limpiamente y sin causar destrozos –cual hábil cirujano– en las mentes de niños y jóvenes a sembrar la semilla de la ciencia, del saber, pero también del deber social y ciudadano. No cualquiera, por ello, puede ser llamado maestro, sino sólo aquel que alcanza este grado de perfección personal. Sólo el que está en lo alto, en la cátedra (es decir en la silla mayor: magis) desde la cual domina el panorama, vislumbra el horizonte y lleva a sus discípulos a la construcción de una vida productivas individual y socialmente, a la conquista del saber y a ser individuos útiles a sus congéneres.
Vale señalar, para explicar mejor los alcances de esta palabra, que en la antigua Roma no se llamaba maestro a quien enseñaba en la escuela sino litterator y al esclavo culto que se ocupaba de completar la educación formal de los hijos, paedagogus. El magister era alguien que había alcanzado el más alto grado de conocimiento y competencia en su ramo.
A la vista de lo que significa la palabra maestro, tenemos que preguntarnos hoy si esos malvivientes que amenazan y sojuzgan al Estado nacional y que piden que la educación quede a la altura de su ignorancia para seguir medrando en el más bajo nivel del gamberrismo rupestre, se les puede llamar maestros.
A lo mejor sus demandas son justas, es muy probable que sus reivindicaciones sean urgentes de satisfacer, y que acumulan en el corazón años y años de decepciones. Pero no se puede transigir con actitudes de salvajismo, con el apoderamiento de vías, edificios y lugares comunales y menos a la violencia que daña a inocentes.
Tampoco se puede estar de acuerdo con que para presionar a la autoridad a cumplir sus demandas –la mayoría de ellas fuera de lugar como la plaza automática y la no evaluación– abandonen las aulas y dejen a millones de infantes, de niños y jóvenes sin clases. En el caso específico de la causa de sus protestas hoy día: la reforma educativa, hay que pedirles que no se dejen manipular por interesados dirigentes que lo que no quieren es perder privilegios ni entregar la rectoría de la educación a manos del Estado, de las cuales nunca debió haber salido, que quieren mantener secuestrada a la Secretaría de Educación Pública, en mala hora puesta en manos de aquella dirigente mal llamada “La maestra” que la hizo a la medida de sus ambiciones financieras y políticas. En el fondo, la lucha en la cual los quieren involucrar no es por ideales y reivindicaciones sociales, sino para que sus líderes no pierdan el filón de oro que significa el manejo de las plazas. Lean la ley, maestros. Allá se los dejo de tarea.