Mamá, yo quiero saber de dónde son los cantantes

Curiosamente, los más felices son quienes en mayo de 2007 alabaron con el estruendo de hoy el dique que la Suprema Corte de Justicia le puso a la ley Televisa.

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Como Juan Ignacio Zavala, estoy pasmado ante la glorificación a la reforma de telecomunicaciones que, lo cito, hizo que los competidores se abrazaran, los adversarios brindaran, los izquierdistas celebraran, los de derecha festejaran y el Presidente se pusiera feliz.

¿Pues, qué pasó? Se modificaron siete artículos de la Constitución para garantizar que no habrá inquisición de las ideas (¿no estábamos protegidos?), libre acceso a la información plural y oportuna (una abstracción, una utopía) y a las tecnologías de información y comunicación (¿en serio?), y a los servicios de banda ancha e internet (¡120 millones de beneficiados de golpe por una ley!).

Y condiciones de competencia (habrá que ver cómo se arma eso). E inversión extranjera en telecomunicaciones y radiodifusión (no queda claro cómo será la reciprocidad con las reglas de inversión en otros países). Y el must carry y el must offer (muchas dudas y asegunes). Y una Comisión Federal de Competencia Económica y un Instituto Federal de Telecomunicaciones y tribunales y juzgados especiales (que deberán crearse, desarrollarse, probarse).

Y las nuevas cadenas de televisión y bla, bla.

Curiosamente, los más felices son quienes en mayo de 2007 alabaron con el estruendo de hoy el dique que la Suprema Corte de Justicia le puso a la ley Televisa, y que en estos días se quejaban de que la mayor parte de aquella resolución no había surtido efecto.

Así que, por si acaso, mejor dejar enfriar las botellas, decirle a la orquesta que ensaye otro rato y esperar la reglamentación de las leyes secundarias en vez de andar cantando por ahí trovas fascinantes, en llano. 

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