Manlio va a negociar
Beltrones está dispuesto a negociar aunque la exigencia de una reforma política paralela sea planteada por los otros firmantes del Pacto por México.
Por más que me esfuerzo no logro establecer la relación causa-efecto entre las reformas que tanta reticencia provocan a nuestra oposición, súbitamente remolona, y la tramitación previa de una reforma política tan presuntamente cardinal que, miren ustedes, el senador Javier Corral avisa de que “sería un acto suicida para el PAN ir a las reformas energética y hacendaria sin una reforma política de fondo” (digo, suponiendo que el Partido Acción Nacional no se haya pegado ya un tiro en la sien).
El tema está realmente en la agenda: Manlio Fabio Beltrones, entrevistado ayer en Radio Fórmula, exhibió una disposición al diálogo que, más allá de las incuestionables dotes para la negociación del político sonorense, da cuenta del peso que ha adquirido el tema en su condición de virtual moneda de cambio.
Si no hay reforma política no habrá nada de todo lo demás, parecen haber dicho entre líneas ciertos representantes del PAN en la Cámara alta, secundados alegremente por sus condiscípulos del PRD, flamantes compañeros de ruta.
Manlio les responde que su grupo parlamentario está dispuesto a negociar aunque la exigencia de una reforma política paralela sea planteada por los otros firmantes del Pacto por México como un requisito indispensable. No se puede pedir más.
La gran pregunta, sin embargo, sería la siguiente: ¿los asuntos son importantes en sí mismos —al grado de significar una verdadera manzana de la discordia— o, más bien, adquieren, de pronto, una trascendencia determinada meramente por lo coyuntural? Dicho de otra manera ¿la tal reforma política es algo determinante y perentorio en estos momentos o sería simplemente un pretexto para poner piedras en el camino y encarecer así las negociaciones?
Entendemos que al PAN y al PRD, enfrentados a un presidente de la República cuya luna de miel no se ha deslustrado todavía, no les queden muchas municiones en el arsenal. Y Peña Nieto lleva la ventaja, encima, de haber tramitado un pacto de indudable trascendencia política para la nación, vista la postración que hemos vivido en los últimos años. Pero es muy tenue la frontera que existe entre la necesidad de administrar sagazmente los recursos propios para obtener dividendos —algo perfectamente legítimo (no podemos imaginar que los partidos políticos van a soltar prenda así nada más, a cambio de nada)— y el descarado oportunismo de quien se sabe dueño del pastel, así sea por un día.
Por suerte, tanto en el PAN como en el PRD hemos visto posturas conciliadoras. Después de todo, sus dirigentes no hubieran siquiera suscrito el Pacto en primer lugar. Sin embargo, esas voces que escuchamos ahora en ciertos sectores del blanquiazul, tan alarmistas, nos anuncian tiempos de negociaciones muy difíciles y comprometidas.
Es cierto que todas las partes estarán obligadas a ceder algo en algún momento. Lo que no sabemos, a estas alturas, es el precio que estarán dispuestas a pagar.