Marihuana: la utopía de la prohibición

La gran batalla moral que implica la regulación de la venta de la marihuana lleva implícito aceptar verdades de sabor amargo: el fracaso contra las drogas y su rentabilidad.

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Los vicios son tan antiguos como el hombre, negarlos sería como negar la naturaleza humana, aceptarlos no significa abrazarlos y aplaudirlos, pero minimizarlos y evadirlos ha causado un gran fracaso en la cruzada contra su uso y proliferación.

No podemos negar que hay drogas fuertes, caras y destructivas como cocaína, anfetaminas y heroína, pero los resultados del abuso de la marihuana son tanto o menos destructivos que productos que están regulados y están al alcance en el súper de la esquina, como lo es el cigarro, el alcohol u otros vicios enajenantes, como el juego.

La gran batalla moral que implica la regulación de la venta de la marihuana lleva implícito aceptar dos verdades de sabor amargo: 1) el fracaso de la guerra contra las drogas, 2) la verdad económica de que es mucho más rentable cobrar impuestos por la regulación de la producción y uso que el costo de la persecución y oneroso mantenimiento en cárceles de miles de prisioneros  por delitos relacionados con el tráfico o posesión de marihuana.

Ningún político va aceptar su regulación, aun con propuestas de uso responsable, ya que la marihuana representa un hábito no deseable y sí destructivo para el tejido social, pero debajo de la mesa es políticamente correcta la tendencia mundial de regular su producción y consumo, ya que no solamente reduciría a los grandes cárteles de la droga con su producto más popular y exitoso, sino que el gobierno recibiría cientos de millones de ingresos fiscales por impuestos regulatorios.

Regular los vicios y hábitos sociales no deseados data de la antigua Roma, donde igual que hoy había impuestos a cantinas, prostitución, juego, peleas entre animales, etc.,  otorgando un orden y señalando claramente los lugares, horarios y reglamentos  para que la sociedad sana tuviera cuidado y supiera dónde no ir, qué encontrar y viceversa. Eso es civilización: controlar y ordenar los hábitos personales buscando la seguridad y el bien común con una visión real de la sociedad.

La misma indignación social causó en Estados Unidos la abolición de la ley seca en los años 30, dando pie a una gran industria que genera miles de millones de pesos en impuestos por venta de alcohol y que acabó con las figuras míticas de la delincuencia como Al Capone.

Es preferible mil veces por salud social meterse en la camisa de 11 varas de la regulación de la marihuana que seguir luchando, gastando dinero y miles de vidas humanas en la utópica abolición de su consumo.

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