Más claro no canta un gallo

Estados Unidos no podía mirar con indiferencia que barcos con petróleo mexicano siguieran llegando a la Alemania nazi, por más que fuera quien mejor lo pagaba.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Al estar en proceso de creación las leyes secundarias en materia energética conviene recordar —con documentos a la vista— los motivos y razones que llevaron al presidente Cárdenas a decretar en 1938 la expropiación petrolera.

Durante décadas, el gobierno ha señalado que fueron tres:

1) La rebeldía de las empresas petroleras ante resoluciones de autoridades laborales y sentencias de la Suprema Corte de Justicia de la Nación;
2) Conjurar la amenaza, abierta y pública, de suspender indefinidamente sus actividades, y
3) Hacer valer la soberanía nacional frente a la soberbia de las concesionarias, que se suponían respaldadas, a sangre y fuego, por el gobierno yanqui.

Cabe preguntarnos: ¿qué hubiera sucedido si las compañías se hubieran sometido a la ley y cumplido las sentencias?

Lo que resulta innegable es la hazaña del general Cárdenas quien, después de innumerables esfuerzos por conciliar, hizo valer la soberanía de su pueblo, defendió los derechos de los trabajadores y —con la obligación de indemnizar— recuperó la explotación de lo que a México pertenece.

Pero hay otro hecho, de la mayor importancia, que determinó también el acto expropiatorio y del cual no se habla: el entorno internacional en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos no podía mirar con indiferencia que barcos con petróleo mexicano siguieran llegando a la Alemania nazi, por más que fuera quien mejor lo pagaba. Para nuestro vecino, el hidrocarburo era una exigencia de guerra y lo necesitaba para él.

Cárdenas, al expropiar, no se oponía a la participación de capitales extranjeros en la industria petrolera; por eso, su secretario de Hacienda, Eduardo Suárez, y el de Economía, Rafael Sánchez Tapia, propusieron insistentemente a empresas norteamericanas asociarse con el gobierno en la explotación del petróleo. El propio Presidente, en su carta del 29 de julio de 1939, al presidente Roosevelt no descartaba “arreglos con las compañías, de mutua cooperación, sin necesidad de nuevas inversiones”.

¿Por qué el embajador Daniels, en su informe a la Casa Blanca y al Departamento de Estado, le dio la razón a México y —para sorpresa de las concesionarias— expresamente apoyó la expropiación? Porque estaban alineados los intereses. Roosevelt, por Estados Unidos, aseguraba el petróleo mexicano para la guerra intercontinental.

Con motivo del Decreto Expropiatorio, el Presidente habló del “ambiente internacional”; “de la lucha en que están empeñadas las más poderosas naciones”; de que la expropiación “no se apartará un solo ápice de la solidaridad moral que nuestro país mantiene con las naciones de tendencia democrática”.
¡Más claro no canta un gallo!:

Cárdenas —con dignidad, valor y audacia— los corrió por causa de la guerra y por bribones; no por ser extranjeros.

Con razón el ex presidente Alemán escribió: “El ajedrez petrolero se juega a escala planetaria”. Así era y así seguirá siendo, con sus consecuencias. ¡Cuidado!

PD:
A MIGUEL Y A LA SELECCIÓN: Ayer los robaron, no los vencieron. 

Lo más leído

skeleton





skeleton