Me equivoco cada día

Se necesitan adultos, maestros de vida que transmitan lo que los muchachos de hoy necesitan: ideales, ilusiones, romanticismo y esperanza.

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Para todos los que sufrieron mis errores de esta semana

Recuerdo claramente a mi abuelo, de elevada estatura, con el portafolio siempre en la mano, vestido permanentemente de traje a pesar del calor de una ciudad en la que prácticamente nadie se vestía así; tengo muy especial afecto por su recuerdo, pero una remembranza que no me tocó ver llegó a mí por mi madre: en las últimas horas de su agonía, con la mirada ya más en el mundo por venir que en el presente, repetía constantemente: “Cuánto tiempo perdido, cuánto tiempo perdido”. Ese recuerdo me ha acompañado toda la vida y es que probablemente muchos de nosotros lleguemos a ese instante con la misma preocupación, pero por muy diferentes razones.

Como muchos, quizá alcancemos la vejez sin haber logrado desarrollar todo aquello que algún día anhelamos como jóvenes, en esa juventud en la que acabamos decidiendo si por esta vida hemos de transitar volando o arrastrándonos, porque, a pesar de todos los pesares, la juventud es el momento en el que optamos por ser lo que somos y esa opción depende casi exclusivamente de uno mismo, porque puede el mundo golpearnos, hacernos retroceder, sufrir, retrasar nuestro avance, ponerle una zancadilla a nuestros esfuerzos, pero seremos nosotros los que decidamos elevarnos por sobre ellos o arrastrarnos por el suelo.

La juventud es por esencia idealista, romántica, rebelde, emprendedora y contestataria ante lo establecido, renuente a aceptar aquellas injusticias con las que nuestra sociedad de adultos se ha acomodado a vivir. Un tanto heroica y románticamente, a nuestra generación se le señalaron diversos ideales como posibles y necesarios, por ello comúnmente recibimos varios golpazos cuando buena parte de esos ideales eran arrasados por la realidad de nuestro mundo y muchos contemporáneos nuestros cayeron en la incredulidad y el cinismo.

Parece que ahora estos adultos se han dedicado a transmitir más cinismo que ideales, no sólo incrédulos ante los ideales sino pesimistas ante el mundo, somos estos adultos los que hoy estamos dejando de alimentar las ilusiones necesarias a los jóvenes. Se necesitan adultos, maestros de vida que transmitan lo que los muchachos de hoy necesitan: ideales, ilusiones, romanticismo, esperanza, el combustible necesario para incendiar las almas de los muchachos de hoy que serán los adultos del mañana, para que puedan llevar al mundo a un mejor destino del que le hemos dado hasta ahora.  

Nos hemos equivocado y nos seguiremos equivocando los adultos, los jóvenes y todos los seres humanos en general, porque estas equivocaciones son parte de nuestra imperfección humana. Como todos, esta semana he tenido la oportunidad de incrementar sobremanera mi cuota ya de por sí generosa de errores y estupideces. Sé que no tengo “derecho” a equivocarme, no creo que nadie realmente lo tenga, lo que sí me queda claro es que tenemos todos el derecho a ser comprendidos y aceptados con nuestras virtudes y errores, a ser perdonados por las mil tonterías o estupideces que vamos acumulando a lo largo de la vida.

Los jóvenes tienen que vivir su vida sabiendo que muchas veces se equivocan y se equivocarán, por supuesto, sin olvidar que quienes les rodean, tan humanos como ellos, no se equivocarán menos. Es en este proceso de construir una vida acertando y equivocándonos como todos deberíamos llegar a hacernos verdaderos adultos y creo firmemente que lo seremos más mientras más comprensivos seamos ante nuestros errores y los de los demás; así yo voy aprendiendo a perdonar cuando descubro en mí mismo la enorme necesidad que tengo de perdón ante mis propias zonas grises, mis errores, mis defectos o de plano ante mis tonterías.

La mayoría de nuestros errores se cometen por tontería, por falta de precaución, por hablar de más antes de pensar con detenimiento y pocos, realmente muy pocos, porque nuestra alma se haya complacido en descender a tal grado de dejarnos llevar por el mal; es por eso que a quien le da trabajo perdonar es generalmente porque no tiene buena memoria o no se conoce bien a sí mismo, porque si realmente estuviéramos ciertos de todos nuestros errores, ¿cómo no excusaríamos a los demás ante todo lo que hay que excusar en nosotros?

Esperemos que un día a todos nosotros nos perdonen mucho mejor de lo que nosotros hemos podido perdonar y esperemos que, al final de nuestra vida Él, nos enseñe la lección final perdonándonos a pesar de tantos errores nuestros al perdonar.

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