Mejor callar

Claro que la FIFA todavía puede acusarnos de “buleo” por insinuar que el portero contrario es una vaca. En ese caso no hay salvación.

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Me imagino al buen papa Francisco en una cómoda pero no lujosa poltrona, viendo un partido de la selección argentina y uno que otro del Mundial. En casos así, tal vez, teológicamente, lo más sensato sería evitar la tentación de encomendar al Señor el resultado, abonando oraciones por los gauchos o por los italianos, habida cuenta que es el obispo de Roma y su primera obligación está con sus ovejas directas, no con sus  paisanos.

Esta alucinación nos recuerda lo vano de encomendarse a los dioses antes de una sangrienta batalla, siendo las más llamativas cuando los adversarios lo hacen a un sólo dios, sobre todo si es el mismo, como judíos, cristianos y musulmanes, que se han dado con todo a lo largo de la historia. 

De manera que una batalla futbolística entre países cristianos del tipo Alemania 4, Portugal 0, u Holanda 5, España 1, no puede de ninguna manera ser interpretada como un espaldarazo divino para los ganadores, pues las consecuencias filosóficas y políticas serían incalculables. Aun así, no se puede dejar de pensar como destino la simetría entre las dos abdicaciones, la de la Furia Roja como rey del futbol y la de don Juan Carlos de Borbón. 

Para tratar de influir en el destino, además de la oración, se usa la adivinación, históricamente a cargo de chamanes, sibilas, pitonisas y vestales, que se vuelven fármacodependientes ingiriendo algo para inspirar el oráculo. 

Hoy, en vez de médiums, tenemos sesudos locutores, unos optimistas y otros ultrapesimistas, que conocen hasta los problemas de superextreñimiento de las estrellas del balón y que, mediante ultraestadísticas, calculan posibilidades y resultados, no sobre si van a evacuar, sino a golear. Para colmo, los reyes del micrófono tienen que competir con pulpos, tortugas y otros animales que suelen ser más atinados en sus pronósticos.

En otro punto, inspirado en las palabras compuestas de este artículo, me llegó el ¡eureka! para eludir la amenaza de la FIFA de sancionarnos por el grito de “¡p…!” que corea la afición mexicana para “bulear” al guardameta enemigo: sustituir nuestro humilde bisílabo con una chulada de palabra prestada del alemán, aparentemente la más larga del mundo: 

Rindfleischetikettierungsüberwachungsaufgabenübertragungsgesetz, con 63 letras, que se abrevia RflEttÜAÜG y se refiere a una ley para etiquetar la carne de vaca. 

La propuesta tiene varias ventajas: 

1) la palabra es casi impronunciable y algo difícil de aprender; no creo que la afición lo logre antes de que termine el Mundial y cuando eso ya habremos eludido la sanción. 

2) En caso de lograrlo, su longitud es tal que cuando el público termine de corear habrán pateado muchos jugadores, con lo que se dificulta que el árbitro determine a quién estamos “buleando”; por  tanto, también eludimos la sanción. 

Claro que la FIFA todavía puede acusarnos de “buleo” por insinuar que el portero contrario es una vaca. En ese caso no hay salvación y deberemos, por precaución, mejor quedarnos callados. Ni hablar.

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