México, ¡campeón…!

Tiempos cercanos al trastorno de la identidad, alterada por los tiempos mundialistas futboleros.

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Tiempos cercanos al trastorno de la identidad, alterada por los tiempos mundialistas futboleros. Penetración al psique de las frases que mimetiza la teleaudiencia, en este mes “de la patada”. Una pelota que gira, coordinada por unos pies inquietos en insistir dominarla. Y un nerviosismo colectivo cuando la nación mexicana se juega en 22 pies, la búsqueda al milagro, de un día besar la copa dorada de la fortuna, que por primera vez, nos una como país y todos nos veamos las caras coincidente de alegría, en tanto dura el festejo, que la historia registre para las efemérides.

Ahora mismo todos tenemos en la mente “Brasil 2014”, tiempos de los sueños en el anhelo de la esperanza. Imaginemos por un momento el surgimiento milagroso que haga caer del cielo, la posibilidad remota de que la selección mexicana se arropara con  el campeonato de obtener la copa mundial Jules Rimet, declarándolo campeón de campeones del fútbol soccer. Cuál seria la expectativa que responda a la pregunta obligada de un evento de tal magnitud: ¿Realmente estamos preparados para administrar tanta felicidad, en un país, como el nuestro que ya a completa dos décadas de crisis economía?, donde el hambre comienza a hacer estragos en algunas regiones que lo padecen con intensiva fuerza; donde en los últimos siete años han perdido la vida mas de 60 mil mexicanos, por la violencia en ciernes. México, ¡campeón mundial de fútbol, 2014! En los tiempos mismos en que las nuevas reformas constitucionales, no terminan de nacer y nosotros de padecer sus efectos. Caernos mieles del cielo, a este país de indecisos, en las fallas futboleras de los penaltis pasados. 

Me cuesta trabajo imaginar, celebrar un campeonato mundial que nos haría (por un estricto tiempo) olvidarnos de las calamidades del narcotráfico; del engaño de los políticos demagogos; del lugar soterrado que ocupamos en educación y del primero en bullying escolar; de la imparable inseguridad en Tamaulipas y Michoacán y con seguridad escalaríamos la columna para llegar al Ángel de la Independencia, invadido por la espuma del triunfo.

Soñemos por un momento en el reconocimiento mundial del balompié mexicano 2014. Nos daría tiempo a tutearnos con las grandes potencias, que siempre nos han visto, por encima del hombro. Correríamos a donar grandes cantidades de llaves para la construcción de una estatua  de bronce, al nuevo héroe nacional, el “Piojo Herrera” e inauguración de avenidas con su nombre glorioso y hasta pensaríamos en la reelección del presidente Enrique Peña Nieto. 

Se decretaría en todas las escuelas, una semana de festejo futbolero y el país se paralizaría para desbordar las calles en bailes, ritos y ofrendas a  nuestros salvadores “ratoncitos verdes” con la consabida sustitución –de los Niños Héroes-  a los nuevos “adolescentes héroes”. 

Gracias al cielo, que esto sólo ha sido una invocación de mi mente inquieta y extraviada, porque lo anterior me demuestra que aún no estamos preparados para compartir una victoria de esa magnitud. Porque, ¿qué pasaría luego de los festejos de “tirar los cohetes y recoger las varas” en el retorno a la realidad?  Al despertar del sueño nos encontraríamos que México seguiría intacto, como lo dejamos antes de aquel magno evento. Y quizá los problemas retornen multiplicados por cuatro. 

Soñar no cuesta. Vivir la calamidad, sí. Pero que sea lo que Dios diga…

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