A raíz de la fuga del Chapo Guzmán en medios de comunicación y en la conversación pública, el concepto “Estado fallido” ha sido usado para contextualizar y explicar fenómenos tan complejos como la ineficacia gubernamental, vacíos de poder local, violencia regional y falta de resultados en el sistema político mexicano.

El concepto “Estado fallido” significa el fallo del Estado para asegurar su función principal, que es en el concepto clásico de mantener el monopolio legítimo de la violencia política.

En el concepto de Estado fallido se contempla en los sucesos políticamente más comprometedores como guerras civiles, inoperancia absoluta del gobierno, guerras con el exterior, existencia de guerrillas que disputan el control territorial y la ausencia absoluta del Estado de Derecho.

El concepto de “Estado fallido” se ha fundamentado en dos visiones diferentes sobre el Estado. En primer lugar el concepto sociológico del Estado relacionado con su monopolio legítimo de la violencia. En segundo lugar basado en los objetivos del Estado, que en el caso son los objetivos proclamados por el mismo Estado.

En el caso de Estado débil, lo definen como un nivel de falta de estatalidad y como nivel de falta de funciones para actuar en el territorio. La estatalidad en los autores es la medida en la cual cumple el Estado con sus funciones jurídicas y de seguridad básica, y de funcionalidad como la capacidad del Estado en interceder en la vida cotidiana en el país.

Un Estado débil puede verse en como el Estado asegura la seguridad nacional y humana, además de cómo actúa en asuntos del país. Un Estado con baja estatalidad sería uno que tiene impunidad y violencia regional. Un país con baja funcionalidad es uno donde tiene bajos niveles regulatorios.

México en el conjunto de definiciones sobre Estado fallido y en los índices creados no ha sido considerado un Estado “fallido”. 

Pero visto a la distancia, da la sensación de ser una especie de Estado fallido con poderes públicos que ”están perdidos totalmente de control, están carcomidos”, no hemos salido del caso de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa.

"La corrupción se ha establecido, visto a la distancia, como una tácita costumbre social. Seguramente, el corrupto no está mal visto, es un triunfador, es un señor espléndido. 

Queremos otro México, eso es indudable. Pero queremos que nos sea dado, no siempre luchamos por ese cambio. Cada seis años esperamos en el nuevo presidente o gobernador (hombre o mujer), a Merlín que con su varita nos toque y nos convierta en prosperas, honrados y felices ciudadanos. Es necesaria una presencia más firme, con más condicionantes hacia quienes se  ofrecen a gobernarnos. El reclamo debe ser permanente, de altura, con respeto. La falta de respeto que busca agredir, crear juicios y ofender no solo daña a quien va dirigida, también al remitente y al colectivo social.