Mientras el horror transcurre

Ahora es menos común ver niños de la calle, persisten los que se disfrazan de payasos o venden en los semáforos.

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Kiwi es una obra de Daniel Danis, dirigida por Boris Schoemann y con las actuaciones de Olivia Lagunas y Guillermo Villegas. Esta obra devela el demoledor universo que viven los niños de la calle. Cuando una pequeña aparece, la pandilla que habita en la alcantarilla decide adoptarla, la entrenan para sobrevivir a través del robo y la delincuencia, le dan techo, afecto, cama, comida y le ponen un nuevo nombre: Kiwi.

“Tener nombre de fruta no te cambia, pero como que te limpia”. Kiwi está feliz con su nueva familia, se adapta rápido y es celebrada por los otros.

Escucha hablar de la casa negra, donde todos se prostituyen para juntar dinero y comprarse una casa y en  un futuro vivir felices, lejos de su vida actual. Ella decide trabajar en la casa negra, desea colaborar con su nueva familia y ayudarla a reunir el dinero lo antes posible. Danis construye un mundo subterráneo donde los niños sobreviven con reglas muy parecidas a las de los adultos y quizá por eso es que no existe atisbo de esperanza.

Lo tremendo es la naturalidad con que transcurre el horror en esas pequeñas vidas: las drogas, la prostitución y el robo son paisaje diario. 

Pronto llega la buena noticia: una de las integrantes de la pandilla será mamá. Todos redoblan esfuerzos sin imaginar el tremendo desenlace que se acerca. A decir de las autoridades, los niños de la calle dan mal aspecto a la ciudad para la celebración del mundial. Los pequeños son mandados a aniquilar.

Sólo un golpe de suerte permite que sobrevivan “Kiwi”, “Lychee” y la recién nacida “Avellana”. Huyen sin nada más que ellos mismos: niños que cuidan de otros niños, manos pequeñas que se sostienen una sobre la otra y en ello renace el mundo. Me quedé pensando en las primeras veces que viajé al D.F., era tremendo ver a niños drogándose a la salida del Metro, la gente continuaba su camino indiferente, yo pensaba: ¿Nadie hace nada?

Ahora es menos común ver niños de la calle, persisten los que se disfrazan de payasos o venden en los semáforos. ¿Qué habrá pasado con los otros? Vivimos la celebración del Mundial Brasil 2014. Me pregunto si Denis fue un visionario y mientras el fanatismo, la euforia deportiva y las pantallas suman espectadores, hay muchas vidas de alcantarilla que avanzan a la podredumbre sin que nadie lo note.

El teatro, cuando está bien hecho, puede ponernos a pensar, llenarnos de preguntas, recordarnos paisajes violentos y pantanosos que abren heridas en el corazón. El dramaturgo lo sabe y nos regala un pequeño atisbo de final feliz , donde la pequeña “Avellana” crecerá en una casa linda, y quizá por eso su segundo nombre puede ser Esperanza.

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