La milpa, casi perfecta
Los mayas que lo usaban conocían muy bien los secretos del clima y sabían cuándo quemar el monte, cuándo sembrar y cuándo cosechar.
En su artículo de ayer domingo (28-02-16) Ramón Pérez, que siempre nos da buenos consejos, dice que el sistema ancestral para preparar la milpa (roza-tumba-quema) es responsable de la pérdida de fertilidad del suelo. Me voy a permitir discrepar.
La milpa, palabra de origen náhuatl –kool en maya-, es un sistema productivo casi perfecto, donde el campesino de Mesoamérica obtiene todo lo necesario para su sustento. Epocas hubo, según reseñan los antropólogos, en que en lo que hoy se llama Yucatán dio para satisfacer las necesidades de alimentación de un millón de personas y, que se sepa, no hubo daños al delgado humus.
En una alimentación que tenía casi desterrada la carne –la proteína de origen animal se obtenía de la caza del venado, el jabalí, el pavo de monte y otras especies-, el maíz, el frijol, la calabaza y el chile eran la base de la cocina (aún hoy quedan vestigios de esa sana gastronomía) y se asegura que entre los mayas no había desnutrición ni obesidad u otros males que los aquejan ahora. Inclusive que eran más altos y fornidos que los de hoy.
Todos los granos, legumbres y verduras que usaban para cocinar los obtenían de la milpa. Este agrosistema productivo alcanzó un grado de perfección insuperable. Los mayas que lo usaban (y los mixtecos, zapotecos, purépechas y demás etnias indígenas) conocían muy bien los secretos del clima y sabían cuándo quemar el monte, cuándo sembrar y cuándo cosechar. También cuándo y cómo debían rotar los terrenos para no empobrecerlos. Este saber secular aún se conserva en muchas comunidades mayas peninsulares.
¿Qué ha pasado? Sencillamente que los cultos y civilizados 'occidentales' han dado al traste con el sagrado orden que regía el mundo. Hoy el 'cambio climático' es el leviatán destructor de la vida. Sería muy recomendable que los tecnócratas del campo se preocuparan un poco más por conocer los secretos de la milpa. Muchos incendios se evitarían. Y a lo mejor hasta seríamos menos gordos.