Minificciones II

A veces, Manuel la extrañaba sin tener derecho a hacerlo.

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La palabra

¿Quién me habita?, se preguntó frente al espejo empañado. Entonces un dedo invisible escribió las siguientes letras: la palabra...

La ignorancia es la felicidad...

A veces, Manuel la extrañaba sin tener derecho a hacerlo. Pensaba en sus ojos ligeramente rasgados, en su boca entreabierta y anhelante llamándolo por su nombre, en esa lengua que invocaba a Dios en medio de los estertores sexuales, en su cuerpo moreno cincelado en carne madura. A veces, Manuel la llamaba con el pensamiento, pero sabía que no debía, que era una necedad, porque ella no era suya, sino de otro. A veces, Manuel ignoraba que sus sentimientos poco sabían de contratos sociales y por eso se desbocaban. Sin embargo, lo que siempre supo Manuel es que ella, su amor, estaba casada.

El olor del mediterráneo

Felipe conoció a la Griega en un bar de su pueblo. Le gustó su rostro al primer golpe de vista: labios carnosos al rojo vivo, cejas pobladas, dientes bonitos y ojos llenos de vida. Nada podía salir mal, ella se había fijado en él también. 

Felipe cruzó por entre la pista de baile, sus miradas habían pactado que danzarían juntos toda la noche. 

Sin embargo, después de dos piezas él se despidió educadamente, dejando a la Griega desconcertada. ¿Qué habría pasado?

Mientras tanto, Felipe bebía copiosamente instalado en la barra. El barman, que había observado la escena, no reprimió su curiosidad:

-Pues nada mi amigo -dijo Felipe haciendo una mueca de disgusto- que después de dos vueltas, descubrí que el encanto del mediterráneo huele a pescado...

De la serie “Despedidas”

I

Alfredo apenas llegó a tiempo para darle un último abrazo, un último beso y decirle un último “te quiero”, mientras miraba cómo sus botas altas y rojas abordaban el auto que la llevaría lejos de él, y la mirada triste y ojerosa de Rocío le decía adiós directo a aquellos ojos claros que ya comenzaban a extrañarla. 

II

Adiós mi vida, nos vemos mañana. Por cierto, ¿te he dicho que me encanta verte cuando te marchas?, le dije mientras la besaba en los labios y le daba una nalgada. Caminó a su auto moviendo las caderas, ondulándose y sabiéndose mirada. Se despidió con un beso volado desde el auto en movimiento. Dios, cómo amo a esa mujer, pensé en ese momento. Media hora después, llegó mi esposa: Hola mi amor, le dije mientras sonreía y la tomaba en mis brazos con mis manos todavía sudorosas...

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