La nota en la encuesta que levantó el Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) el martes no reside en el dato de que la mitad de los michoacanos siga teniendo una buena impresión de los grupos de autodefensa.

Tampoco en que 49 por ciento de los michoacanos y 45 por ciento de los mexicanos crean que la regularización de las autodefensas traerá una disminución de la violencia en las regiones zozobradas del estado.

Lo realmente novedoso gira alrededor de José Manuel Mireles. A la pregunta de si es inocente o culpable de los homicidios que algunos adversarios le quieren colgar, la respuesta es asombrosa: 25 por ciento de los michoacanos y 21 por ciento de los mexicanos lo juzgan inocente; 20 y 24, culpable.

La nota está en que 55 por ciento de los entrevistados en Michoacán y el país prefirieron reservarse una opinión. Porque no lo conocen, o no quieren levantar o bajar el pulgar. Así se forjan los mitos, las leyendas.

Que es un forajido, que es el único que no se ha corrompido; que es un narcotraficante disfrazado, que es un justiciero del pueblo; que está loco, que es el único coherente; que su megalomanía lo delata, que es el único que no ha perdido piso; que creo en él, que no creo; que, mejor, no sé, no respondo.

Quizá desde Andrés Manuel López Obrador no surgía un personaje que dividiera tanto las opiniones en la política mexicana como Mireles, el mayor mito político de México hoy.

No recuerdo qué escritor decía que el ser humano anhela esperanza y consuelo, y el mito se lo da. Ni quién afirmaba que un país sin leyendas se moriría de frío.