Moloch de libros

La Filey alcanzó la cifra nada despreciable de 151,300 visitantes. Más que un récord, crece en la densidad de sus muchas actividades, núcleos que como un arrecife se colonizan y crecen.

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La Feria Internacional de la Lectura Yucatán alcanzó la cifra nada despreciable de 151,300 visitantes. Más que un récord, crece en la densidad de sus muchas actividades, núcleos que como un arrecife se colonizan y crecen. No habrá que esperar otra edición para tener continuidad: como dio cuenta Milenio Novedades, el director de la FILEY Rafael Morcillo anunció un maratón de la lectura en voz alta para celebrar el 23 de abril el Día Mundial del Libro. La feria seguirá enriqueciéndose desde el corazón de la Universidad. 

El encuentro con los libros me recuerda bibliotecas perdidas, pero no tan grandilocuentes como la de Alejandría, ni tan misteriosas como la del Cementerio de los Libros Olvidados, o añejas como la del Quijote, sino una mucho más modesta, extraviada en una mudanza que requeriría algo más que dinero para reponerla.

Me queda el consuelo de que antes había regalado libros y colecciones de revistas que, siendo muy apreciados, ya no frecuentaba y podían ser mejor aprovechados por otros; y que  dentro del “moloch” de libros perdidos se encontraban las obras completas de Kim Il Sung, patriarca fundador de la dinastía de autócratas incomprensibles que gobierna Corea en el más puro estilo narrativo de James Bond, libros que ninguno de mis amigos se dejó regalar y que no me atreví a tirar por aquel viejo prejuicio de que allí donde se queman libros muy pronto se quemarán personas; de manera que este tic supersticioso salvó la obra del magno autor asiático del basurero urbano, pero -espero- no del de la historia, aunque el bellaco que la robó pudo simplemente mandarla a una planta de reciclado en la cual podría reencarnar y tener una segunda oportunidad literaria, acaso en papel rasgado por un poeta, o su fin definitivo en usos sanitarios. 

Para los lectores de allende las fronteras, “Moloch” en Yucatán no es el dios fenicio sino, como apunta el maestro Miguel Güemez Pineda, erudito filólogo, destacado colaborador de Milenio Novedades e improbable pariente del filósofo de Güemez (que se dedica a otro tipo de sabiduría), “moloch” es voz maya que significa “recoger en el monte los trozos de ramas secas o palillos que han dejado los leñadores”, simplemente un montón de cosas o gentes.  

Una gran biblioteca tristemente perdida, una gran moloch de libros que se fue acumulando durante siglos en conventos y palacios de México, es el que quedó en los escombros del centro de la ciudad de México derruido por la picota liberal, ruinas llenas de tesoros en las que surgió el barrio de libros de viejo y de la que proviene una parte considerable de los libros antiguos –muchos incunables- vendidos en el mercado negro mundial en el siglo XIX y parte del XX, Fernando Benítez dixit. 

De las pérdidas chicas y grandes, se agradece un gran moloch de libros como el de la FILEY. De las perdidas –sin acento- que marchado han, no hay consuelo. Pretexto para reafirmar la sabia frase de Groucho Marx: “Fuera del perro, el libro es el mejor amigo del hombre. Dentro del perro, quizá esté muy oscuro para leer”.

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