Los muertos de Joyce

Los muertos es uno de quince relatos cortos que hacen radiografías sociales, críticas, políticas e ideológicas de Irlanda...

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Quizás las circunstancias para llegar al relato de esta semana fueron condicionadas por el aire de un octubre que termina y el recuerdo de quienes ya no están. Aun cuando ya hemos leído destellos de Las muertas de Ibargüengoitia, la elección que nos ocupa resultó natural entre sonrisas cómplices al leer un título que parecía destinado a ser: Los muertos.

Siendo parte de Dublineses (1914) del autor irlandés James Joyce, Los muertos es uno de quince relatos cortos que hacen radiografías sociales, críticas, políticas e ideológicas de Irlanda a principios del siglo XX. Naturalmente, tanto la historia como los personajes, y el ambiente ante el cual nos encontramos distan de ser un lugar ajeno; de nuevo somos espectadores, un invitado más en la mesa, una pareja de baile, un recuerdo entre música, un curso inesperado.

De momento estamos invitados a una cena donde las anfitrionas y hermanas, Kate y Julia Morkan, disponen de nuestros tiempos y manipulan nuestras emociones mediante música y bebidas. Su sobrino Gabriel, acompañado por su esposa Gretta, es el encargado de brindar un discurso al final de la cena. Los invitados esperan sus palabras, pues él, de entre todos los asistentes, se sabe cultural e intelectualmente superior. Su discurso gira en torno a la hospitalidad como gran rasgo humano, la permanencia de éste en las esferas mayores y la aparente pérdida del mismo a manos de las nuevas generaciones de irlandeses. Nos puede resultar familiar. Este no es el único giro, ¿y los muertos?

En un instante la historia cambia. Detrás queda todo lo degustado, visto y oído, para dar entrada a otros recuerdos que han nacido a partir de notas musicales cuando en la privacidad, Gretta relata cómo una canción detonó un recuerdo que cambia la concepción que su esposo Gabriel tiene sobre el amor de ambos. ¿Qué es esta fragilidad del pasado? 

Un hombre muerto ha venido a cambiar todo, ha destrozado al aparente personaje principal y la historia pierde letras para renacer en un recuerdo. Fragilidad. Ciertamente, como tantas veces nos ocurre, nuestros muertos nos habitan.

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