El mundo sí está loco

Las grandes potencias colonialistas están disparando y matando inocentes con igual locura que la de los enajenados del EI...

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El mundo está loco, dice el jugador de basquetbol francés Alexis Ajinca, de la NBA. Se queja de que de pronto, en alguna calle, “alguien comienza a disparar”. Y tiene razón, la violencia es brutal y despiadada en el mundo y, según nos lo pintan los medios de comunicación occidentales, los más desalmados en esta espiral de muerte son los terroristas árabes del Estado Islámico, que se declaró autor del ataque a París con saldo de 132 muertos y 99 heridos graves, hasta ahora.

Ajinca tiene motivos para preocuparse porque de pronto en la calle alguien comience a disparar, pero él, usted y yo deberíamos preguntarnos por qué ocurren execrables hechos de violencia como el que enlutó a la capital francesa y al mundo.

Las grandes potencias colonialistas están disparando y matando inocentes con igual locura que la de los enajenados del EI, desde hace siglos, en sus “posesiones de ultramar” en Asia, Africa y hasta hace poco en América. Explotaron –y aún explotan-  yacimientos de metales preciosos en países africanos y asiáticos, violentaron a las mujeres de sus esclavos, destruyeron sus tierras, pasaron encima de sus culturas, sus tradiciones y sus religiones y los dejaron en niveles de postración social (no por nada hoy en Europa hay millones de desarrapados migrantes negros y asiáticos) y con sus riquezas inconmensurables agotadas para llenar los palacios y mansiones de sus explotadores. ¿Se explica o no la rabia contenida por siglos?

Con los árabes pasa algo peor. Oleadas de cristianos en lo que fue llamado cruzadas (guerras en nombre de Dios) llegaron durante siglos a sus tierras de origen y asesinaron con igual fanatismo que el que se achaca a los llamados yihadistas y con la misma justificación de que lo hacían porque el santo nombre de  Alá, o Cristo, según el caso, debe ser reivindicado porque ha sido manchado “por los infieles”. 

Desde Occidente ni siquiera se trata de justicia divina. Es la razón puramente económica la que lleva a invadir países donde luego se desatan sin control los caballos de la guerra.

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