Murió como “un viejo amor”

Mentiras, mentiras que agreden mi nombre, mientras yo le seduzco con ese canto de sirena que se asoma en mi sonrisa.

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Allá donde el cielo y el infierno convergen, entre sus labios y los míos. A ese milímetro de distancia donde se escucha el susurro de Dante pidiendo auxilio, donde se escucha el susurro lascivo de los míos y el  llanto ahogado de unos cuantos, que al verme llegar le imploran porque me deje ir, que al verme llegar, le susurran al oído palabras desastrosas sobre mí.

Mentiras, mentiras que agreden mi nombre, mientras yo le seduzco con ese canto de sirena que se asoma en mi sonrisa, que se escucha en mi risa, que sale de mí. Y llega por fin, impaciente, inocente, apartando el cielo de él, desterrándose para entregarse al infierno que me cobija.

Con la certeza de que no tengo el corazón hecho piedra y que mi alma sigue por ahí, convencido, se entrega, ya le dije, inocente, impaciente, con la esperanza de encontrarme y olvidar su corazón rendido entre mis manos, con la esperanza de dejar su pulso entre mis labios, como cualquier otro amor, como cualquier otro viejo amor.

Pero así, una vez más, con las alas rotas, llenas de cenizas, llenas de brea, llenas de mí, le vi morir, con la esperanza abandonándole entre las llamas, con el horror consumiéndole, conmigo entretenida, le vi morir, como a cualquier otro viejo amor.

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