Muy mala semana de Calderón y Ebrard

La soberbia es inevitable en los dos casos, así como una actitud de superioridad moral.

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Aunque Marcelo Ebrard y Felipe Calderón son políticos de privilegiada inteligencia, su temperamento e impulsos los vuelve erráticos y proclives a la pérdida de piso. Los dos se tienen a sí mismos en muy alta estima. Sus cargos les han dado perspectiva de lo que no hicieron bien sus antecesores y, posiblemente, información privilegiada de sus sucesores y del equipo que les acompaña. La soberbia es inevitable, así como una actitud de superioridad moral. Sin embargo, la terca realidad se impone, los hechos de la semana son peores que un mal momento: un juicio severo a su tránsito por la cumbre.

La preocupación es mayor porque ambos tienen proyecto. Calderón, aunque ya fue presidente persiste en la política, tiene fundación, grupo y en justicia que pocos pueden refutar, quisiera que su esposa Margarita regresara a los primeros planos de la política. Ebrard pretende ser presidente. No tiene quien lo respalde porque la lealtad nunca existió en su diccionario, por ello no hay partido o grupo que se interese en él, solo unos cuantos legisladores. Ebrard hizo gobernador a Ángel Aguirre y éste ni de él quiere acordarse. Ebrard consintió a muchos inversionistas inmobiliarios, pero éstos eran amigos del poder, no del empoderado.

No es correcto que Calderón haya enviado a Alejandro Poiré a aclarar por qué se dijo que había muerto El Chayo. La explicación no le corresponde al vocero, salvo que todavía fuera vocero. Poiré fue un colaborador leal que cobró relieve al final del gobierno, el infortunio y el desgaste del equipo de origen le llevó al primer nivel. Pero Alejandro no era entonces jefe de la policía, procurador o director del CISEN. Simplemente era el vocero de la Presidencia, decía lo que le instruían, su tarea no era indagar la veracidad de su dicho.

Quien fuera director del CISEN, Guillermo Valdés, dice que Calderón se equivocó no que mintió deliberadamente. Pero no fue un error menor ni involuntario, fue inducido. La información se interpretó a modo. Quienes podían equilibrar el juicio decidieron callarse y seguramente quienes dirigían las fuerzas de seguridad le dieron por su lado al Presidente y lo llevaron a cometer uno de sus varios grandes errores. Muchas eran las evidencias posteriores de que el criminal seguía vivo, prefirieron callar. En otras palabras, Calderón decidió que lo engañaran, como ocurrió con muchos otros temas: el cuidado en el festejo del bicentenario, la operación correcta de Pemex, los gobernadores priistas, la incapacidad política de Josefina Vázquez Mota, la impecable destreza y lealtad de su vocera Alejandra Sota y favorito Genaro García Luna, la simpleza de Vicente Fox, la superficialidad de Enrique Peña Nieto. En fin, Calderón fue singularmente obsequioso con los poderosos (las televisoras, monopolios, Elba, EU, los legisladores priistas empoderados) y muy duro con sus distantes (Fox, Espino, Creel, Joaquín Vargas, los gobernadores del PRI).

También Ebrard escogió que lo engañaran en el tema de la Línea 12 del Metro. Presionó los tiempos y cayó en su propia trampa. Dice que fue auditada y estaba certificada, es cierto, pero los errores y fallas estaban a la vista y es evidente que no quiso escuchar lo que no le convenía para inaugurar la obra antes de la conclusión de su mandato. No pensó en la seguridad de los pasajeros, sino en su pasaporte a la Presidencia. Creyó que la megainversión y, eventualmente, los beneficios económicos colaterales le abrían la puerta grande a la candidatura que erróneamente consideró tan irreversible como irrefutable. Los hechos se imponen y su salida a medios ha sido desafortunada, lanza la piedra en el fallido intento de exculparse y lo único que es evidente es que fue víctima de su propio oportunismo.

La pretensión presidencial de Ebrard es intransitable en el PRD, aunque sí en un partido pequeño. En la obra mayor del DF en mucho tiempo, más significativa que el desarrollo Santa Fe, los segundos pisos y la recuperación del centro histórico, reinó la incompetencia y posiblemente la corrupción. Miguel Ángel Mancera y Joel Ortega recogen los platos rotos. La investigación deberá emprenderse. Hay empresas serias y funcionarios probos que no comprometerían su prestigio; pero también hay pillos de un lado y de otro. Deben responder.

A Calderón le llueve sobre mojado. El escándalo de Oceanografía se le viene encima. Los senadores afines salen a salvarlo en una actitud de arrogancia e inaceptable chantaje. El PAN debe exigir que se aplique la ley, los senadores calderonistas pretenden justicia a modo. Muchos convergen en el deseo de que todo se quede en la investigación del fraude a Banamex, pero es inevitable destapar la operación de Pemex en su conjunto. Calderón fue secretario de Energía y presidente de la República. Muy mala semana para Ebrard y todavía peor para Calderón.

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