Nafta o el cabildeo que nunca repetimos

Recuento de inversiones, intercambio comercial, PIB, exportaciones, etc. del Tratado de Libre Comercio de América del Norte

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Hay muchas maneras de ver a 20 años las luces y las sombras que ha dejado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte: se puede hacer un recuento de inversiones de intercambio comercial, de crecimiento del PIB, de competencia, de exportaciones, etcétera.

Pero vale la pena recordar cómo se hizo todo el cabildeo y todo el enorme plan de relaciones públicas para vender la importancia de unirse en un mercado único.

“Fue un esfuerzo novedoso y original, y desafortunadamente hasta el momento no repetido, en nuestra relación con EU”, recuerda Antonio Ocaranza, quien fuera agregado de prensa en la embajada en Washington (y hoy director de comunicación corporativa de Walmart).

Antes de que se firmara —en noviembre del 93— la embajada de México duplicó el número de sus diplomáticos para manejar la relación bilateral, mientras que la negociación se coordinaba desde una oficina con una veintena de jóvenes funcionarios, como Ildefonso Guajardo y Luis de la Calle, que podía trabajar aislada de las presiones de la relación bilateral. Este equipo, más los 40 consulados mexicanos, identificó a potenciales aliados en EU entre legisladores, líderes hispanos, empresarios, académicos y periodistas, y coordinó todos los recursos mexicanos disponibles para influir de manera favorable en grupos sin posición sobre el TLC. Todo lo que se hizo tenía un objetivo claro: lograr que el Congreso de EU levantara el pulgar.

A partir de marzo de 1990, un equipo de diplomáticos, funcionarios y empresarios se desplegó durante más de 40 meses en EU y desembarcó en cada institución en donde los argumentos de México pudieran resonar: se llenaron espacios en conferencias de universidades, se visitaron comités editoriales de periódicos, televisoras y estaciones de radio; se acercaron a cámaras de comercio de cada estado, se sentaron con líderes afroamericanos, hispanos y cubano-americanos y se llenaron museos con inolvidables exposiciones de arte.

El ideólogo de este plan troyano fue  el propio Carlos Salinas de Gortari y los ejecutores Jaime Serra Puche y Herminio Blanco en México y el embajador Gustavo Petricioli y Herman von Bertrab en Washington, asesorados por un ejército de lobistas, agencias de relaciones públicas y abogados aplicando la máxima: When in Rome do as Romans do.

Si ya se pudo una vez, ¿no valdrá la pena como (al menos) un homenaje desempolvar este plan de cabildeo y activarlo en otros temas fundamentales como el acuerdo migratorio?  

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