Negros sueños de Kitam (y 2)

Kitam comenzó a ponerse mal, sintió que su cuerpo era invadido por la fiebre...

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Enterarse del aviso de su tío y entrar en una aguda angustia y depresión fueron uno y lo mismo. Kitam comenzó a ponerse mal, sintió que su cuerpo era invadido por la fiebre, su estómago se revolvía y dejaba salir ventosidades fétidas, en la garganta sentía un fuego abrasador. Su tío lo llevó a una de las habitaciones de su palacio, ordenó que lo acostaran en una estera y mandó a llamar al médico, un chamán muy respetado por sus vastos conocimientos de las yerbas curativas, para que lo atendiera.

El chamán, de nombre Sojom –venido de las tierras altas de donde era fama que llegaban los mejores curanderos-, miró a Kitam, le auscultó el estómago, le miró los ojos y, preocupado, informó que era un caso difícil. Puso copal en un brasero cerca del lecho del joven. Se retiró a un rincón apartado, sacó de su morral un poco de peyote, lo tomó, prendió un tabaco, entró en trance y comenzó a orar. Sus palabras, apenas audibles, denotaban gran desasosiego. En un momento dado, sacó una gran espina y se pinchó en los genitales hasta sangrarse. Pasado un buen rato, regresó a donde estaba Kitam bañado en sudor, temblando y profiriendo incoherencias.

Preparó una pasta con hojas que llevaba en su morral mezcladas con su saliva y un poco de residuos de copal. Untó el cuerpo de Kitam con la mezcla y dijo al tío que le diera de beber un té de hojas de kanlol y  de jabín preparadas con miel y caliente. 

Sojom sabía muy bien quién era Kitam y conocía su linaje, de modo que, preocupado, se retiró al monte y durante 13 días permaneció en oración, sin comer ni beber y consumiendo únicamente peyote. Si el joven guerrero moría, con él terminaría una dinastía que había dado poder y gloria al pueblo Itzá.  Pasado el tiempo prescrito para la oración, Sojom  bajó de nuevo a Chichén y fue al palacio del sacerdote. Nomás entró, un escalofrío recorrió su cuerpo –debilitado por el ayuno-. No le esperaban buenas noticias. Kitam había entrado en agonía. Sojom había agotado todos los recursos de su ciencia, de modo que le dijo al tío que había que preparar los funerales del guerrero. Mandaron a traer a Cuzam para despedirse de Kitam.

Dos días después el joven murió. Acorde con la categoría de su linaje, le prepararon un entierro. Tendría su propia tumba: lo arreglaron, le pusieron junto a él sus armas y escudos, su penacho de plumas de quetzal, su cinturón de cuero de venado, y enterraron con él a su noble perro para que lo guiara en su tránsito al inframundo.

Poco después a Chichén llegaron noticias de que por el nororiente habían arribado grandes naves con unos hombres forrados de metal y con largas lanzas y espadas y palos que vomitaban fuego, trayendo consigo unos animales desconocidos sobre los cuales montaban para arremeter contra los que osaban oponérseles. Kitam no vio cumplidos sus augurios, pero por generaciones los mayas sufrieron la dominación de aquellos llegados allende el mar.

La profecía se cumplió. Se sigue cumpliendo hasta hoy.

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