No se necesitan héroes

Los homicidios del vicealmirante Salazar Ramonet y del segundo maestre Hernández Mercado deben llamar nuestra atención hacia la labor que se han visto obligados a desempeñar los militares para garantizar el Estado de derecho.

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Nunca como en los últimos siete años el Ejército y la Armada han estado más expuestos a la opinión pública. Ni siquiera en el periodo de la llamada “guerra sucia” los militares estuvieron en el “flechero”, como ahora en que enfrentan a la delincuencia organizada.

Años atrás, la gente sólo sabía que los soldados se entrenaban en sus cuarteles y marchaban los 16 de septiembre, y que los marinos navegaban en sus barcos vigilando las costas; eventualmente se conocían sus acciones de apoyo a la población civil en alguna situación de emergencia.

Hoy, la sociedad sabe que soldados y marinos están en la primera línea de fuego para combatir a los criminales que han tomado como rehenes varios pueblos, ciudades y aun estados. Tan solo en esta administración, la Armada ha enfrentado 17 ataques de grupos del crimen organizado en ocho entidades (Milenio, 1 de agosto 2013), y en el sexenio pasado 50 navales perdieron la vida.

Por eso, los homicidios del vicealmirante Carlos Miguel Salazar Ramonet y del segundo maestre Francisco Ricardo Hernández Mercado, el pasado domingo en Michoacán, deben llamar nuestra atención hacia la labor que se han visto obligados a desempeñar los militares para garantizar el Estado de derecho.

Ellos, los más recientes caídos en esta guerra interna que vive la nación, representan a decenas, cientos, miles de militares que a diario, ahora mismo, se encuentran en la tierra, en el aire y en la mar cumpliendo misiones para recuperar la paz que tanto hace falta al país.

Más allá de “trágicas coincidencias” por el asesinato de los marinos en Michoacán, estamos ciertos de que ni el secretario de Marina ni el de la Defensa quieren héroes, sino que sus hombres regresen a salvo después de cumplir una misión, para no tener que decir lo que dijo el almirante Vidal Francisco Soberón Sanz:

“Cuan inútiles pueden ser las palabras que pretendan aminorar el dolor de la pérdida de los seres queridos”.

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Anexo “1”

Mar embravecido

A finales de los años 70 lo conocimos en su tierra natal, el puerto de Guaymas, Sonora. Era un joven oficial que despuntaba en su carrera naval. Comisionado en un buque patrulla clase Azteca, se preparaba para asumir el mando, para lo que fue formado en la Heroica Escuela Naval Militar.

De cuando en cuando lo saludábamos al coincidir en la entonces VI Zona Naval. Nunca tuvimos trato directo, habida cuenta de que él, Carlos Miguel Salazar Ramonet, era Teniente de Corbeta del Cuerpo General, y un servidor, cabo preparándose para ir a la Escuela de Clases.

Al saber de su trágica muerte junto con otro compañero, no pudimos evitar recordar nuestra estancia en la entonces Compañía de Infantería de Marina número 4, allí en el puerto sonorense, cuna de pescadores, experimentados marinos… exitosos beisbolistas y entrañables amigos.

Salazar Ramonet despegó allí su carrera, en la tierra que le vio nacer, junto con otros noveles oficiales de su antigüedad, en tiempos en que la travesía en la Marina era menos azarosa, diría yo hasta placentera; ocasionalmente se enfrentaba un mar embravecido, un eventual ciclón. Hoy, las aguas en que navega la Armada están más agitadas...

Descansen en paz.

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