Nuestro cielo

Desde las haciendas abandonadas hasta nuestras playas, Yucatán es un lugar que encanta a propios y extraños...

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El trabajo que realizo me permite conocer diferentes latitudes y asombrarme con inesperados paisajes y manifestaciones culturales.  La gastronomía  es también un grato descubrimiento al paladar. Sin embargo, los sabores de mi lindo Yucatán, sus cielos abiertos contrastando con las bugambilias siempre será mi lugar favorito. Las  tradiciones que se irguen como raíces vivas en los municipios tienen la capacidad de crear un mapa de colores inimaginables. Desde las haciendas abandonadas hasta nuestras playas, Yucatán es un lugar que encanta a propios y extraños. 

Esto viene a cuento porque en las fiestas pasadas unos amigos extranjeros estuvieron de visita por aquí; como sucede casi siempre, me expresaron que Yucatán se había convertido en su lugar favorito: la hospitalidad de la gente, la quietud de las playas y la mezcla de la cocina habían dado un toque muy particular a su estancia. 

“Lo único que hace falta en Yucatán es tiempo. Tiempo para descubrir, recorrer, explorar, comer y dormir en el  cielo del Mayab”. Mucho me preguntan fuera de aquí  si lo que comparto en mis obras es cultura viva. Me llena de orgullo decir que Yucatán mantiene muchas de sus tradiciones y aun cuando alguna de ellas esté en desuso, seguimos creyendo y celebrando muchos momentos importantes en la vida y la muerte en el Mayab.

En tiempos convulsos en los que las redes más que informar nos confunden, nos alarman, nos hacen sentir en “Ensayos sobre la ceguera” al hablar de saqueos y destrucción. La angustia generalizada en estas tierras es: ojalá eso no llegue hasta aquí, ojalá sigamos viviendo un estado pacífico. Ojalá… Dije al principio que mi trabajo me permite conocer bellos paisajes pero también me ha dejado atónita al vivir el pánico de nuestras ciudades violentadas: Xalapa, Morelia y Nuevo Laredo, por mencionar algunas, son ciudades que me tocó visitar en distintos tiempos: todas ellas cubiertos por el velo de la violencia, marcando risas forzadas en los anfitriones que repiten la misma frase: “Ahora ya está un poco más tranquilo”.

Espero que Yucatán nunca se vea cubierto por ese velo, que siga siendo un lugar amorosamente habitable para propios y extraños, que sigamos saliendo a la calle sin paranoias ni psicosis. Me gusta estar en casa, escribir desde aquí le imprime otro sello a mi letra; uno que se mezcla con el calor y  el espléndido cielo de enero.

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