Nuestro futuro urbano

Mérida es cada vez más cara, con desarrollos que únicamente satisfacen las necesidades internas, sin resolver su conectividad, infraestructura y equipamiento.

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Hoy día que estamos nuevamente inmersos en un proceso de actualización y reedición del programa de desarrollo urbano de la ciudad, continuamente viene a mi mente una experiencia vivida hace casi 40 años, cuando en la gerencia de la empresa para la que trabajaba, en la que era el responsable de los proyectos de infraestructura y equipamiento de nuevas urbanizaciones, surgió la inquietud de tratar de hacer un desarrollo en los Estados Unidos; luego de la búsqueda de opciones en cinco estados, se encontró una oportunidad en la parte sur de una ciudad texana, en un terreno de unas 65 hectáreas.

Después de un acuerdo preliminar con el propietario, preparamos un anteproyecto con el cual acudimos a las autoridades del condado correspondiente, y al presentarles la solicitud de autorización el responsable extendió el plan director de la ciudad y nos preguntó la ubicación exacta del predio; después de identificarlo nos dijo: es factible, pero de acuerdo con el plan director esa zona estará equipada para desarrollarse dentro de 19 años, así que si quieren ejecutar su proyecto hoy, este camino rural, que será la interconexión de su proyecto con la ciudad, deben convertirla en una autopista de cuatro carriles, con toda su infraestructura y equipamiento; en su punto de acceso al proyecto que proponen deben construir un distribuidor de cuando menos dos niveles, y en la zona del distribuidor adquirir un predio de unas 15 hectáreas que alojará el subcentro urbano previsto en el plan director. Recogimos nuestro plano y nos retiramos, habiendo aprendido lo que debe ser un programa de desarrollo urbano.

En nuestra Mérida no tenemos un instrumento normativo con estas características, pero todos debemos de impulsar y colaborar para que nuestro nuevo PDU tenga estas visiones de qué, cómo, dónde y, sobre todo, cuándo. Nuestra ciudad es cada vez más cara, no sólo por su cada vez mayor extensión, con desarrollos que únicamente satisfacen, en el mejor de los casos, sus necesidades internas, sin resolver sus necesidades de conectividad, infraestructura y equipamiento, sino porque, por cada nuevo espacio urbanizado en su periferia, la ciudad debe asumir costos no programados que afectan a sus habitantes y sus servicios.

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