Nuevos veteranos

Aunque la guerra contra el narcotráfico terminara hoy, esos niños y muchachos sicarios vivirán con nosotros por décadas. Muchos hombres y algunas mujeres que han hecho de matar un oficio, es el único que conocen.

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La guerra que nuestro país sufre desde hace ocho años ha costado, según las estimaciones más optimistas, arriba de cincuenta mil muertos por ajustes de cuentas entre bandas delictivas o en enfrentamientos de éstas con la fuerza pública.

Otros cálculos, sin embargo, elevan la cifra hasta en tres veces. Sea cual sea el número exacto, la tragedia es descomunal.

Pero supongamos que, finalmente, la estrategia gubernamental de combate al narcotráfico tuviera éxito, disolviendo a esos grupos. En tres, dos años, seis meses o quince días, una mañana, ya no están ahí, operando. ¿Que pasará, ese día, con los efectivos de la delincuencia desmovilizados? ¿Cómo se prepara la sociedad para asimilar a miles de personas, la gran mayoría muy jóvenes, que han hecho del asesinato un modo de vida?

Todos queremos que la violencia se detenga, pero sus consecuencias a mediano plazo no parecen inquietarnos o, al menos, no al grado de que, como sociedad, nos preparemos para ellas.

Aunque la guerra terminara hoy, esos niños y muchachos sicarios seguirían viviendo con nosotros por décadas. Vamos, si su hijo tiene hoy diez años, muy probablemente por el resto de sus días seguirá viviendo junto a veteranos de esta guerra. Muchos hombres y algunas mujeres que han hecho de matar un oficio, el único que conocen.

Es ilusorio suponer que todos ellos serán identificados, encarcelados y reinsertados a la sociedad como ex convictos. La mayoría simplemente quedarían desempleados al suprimirse un comercio ilícito que significa ingresos para el país por hasta 35 mil millones de dólares al año.

Para evitar que esto sucediera, el país tendría que generar un desarrollo económico suficiente para que estos ex criminales, cuando no sean capturados, prefieran dedicarse a trabajos legales, abandonando las habilidades adquiridas durante la guerra.

Sin embargo, es evidente que, como sociedad, hemos sido incapaces de lograr lo mismo, ya no digamos para reos liberados, sino para personas absolutamente ajenas al delito que hoy languidecen en la miseria y que, día a día, tienen ante sí la triste alternativa de transitar a la delincuencia para sobrevivir.

Si no podemos hoy, ¿podremos después de la guerra?

La realidad es que, entre la impunidad y la pobreza, el mañana amenaza con parecerse mucho al presente.

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