Obrador no cambia, pero el PRD sí se puede transformar
El señor iba meramente a lo que iba, a su aire, en el recinto parlamentario donde se tramitan los asuntos más fundamentales de la nación.
Que Obrador se persone en el Senado para cumplir con un procedimiento y que aproveche la ocasión para exhibir su desdeño hacia el presidente de la Mesa Directiva, antiguo correligionario suyo en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) —por no hablar de los representantes de otras organizaciones políticas con los cuales había acordado una educada comparecencia— muestra, una vez más, su talante soberbio y su postura fundamentalmente personalista.
El señor iba meramente a lo que iba, a su aire, en el recinto parlamentario donde se tramitan los asuntos más fundamentales de la nación.
De tal manera, se las apañó para montar allí su propia conferencia de prensa, en un salón adyacente a donde lo esperaba una comisión de congresistas: cedió primeramente el micrófono a sus pretorianos y luego, por si no hubieran sido bien puestos los puntos sobre las íes, tomó la palabra para soltar otra más de sus declaraciones tremendistas de siempre, en este caso, la especie de que si el Poder Judicial no valida la consulta que promueve su organización política, entonces “se estaría dando un golpe de Estado”.
Cumplido a su manera el trámite, no se tomó ya la molestia de saludar siquiera a sus anfitriones, así fuere por simple civilidad, y se largó tan pancho del lugar.
Al día siguiente, Manuel Bartlett, que había formado parte del séquito del tabasqueño en esa extraña condición suya de ardiente converso, trató de enmascarar la majadería aduciendo que habían sido llevados directamente al espacio de la presentación por el personal de la Cámara Alta pero, en la más pura tradición de ese machismo imbécil que se acostumbra en la política mexicana, dio a entender que los miembros de la comisión senatorial hubieran podido también aparecerse en el salón donde Obrador y los suyos escenificaban su numerito.
A buen entendedor: los perros de arriba no tienen por qué acudir solícitos adonde se aposentan los perros de abajo. O sea, que era un tema de territorios bien marcados en los que un personaje infectado de irremediable caudillismo debía asentar patentemente su tamaño, aparte de dejar bien claro su mensaje a sus anteriores socios de la izquierda: yo ya no los necesito, señores, ya tengo al Partido de Regeneración Nacional (Morena).
Justamente, el PRD debiera ahora —con lo bien enterado que está del asunto a estas alturas—definir el rumbo que tomará en un futuro inmediato. Y es que, precisamente por el hecho irreparable de que la franquicia de las provocaciones y las bravatas le haya sido sustraída por el mandamás de Morena, necesita reinventarse como una alternativa a esa otra izquierda anticuada que, fiel a sus orígenes furibundamente contestatarios, se resiste todavía a la realidad de la colaboración institucional y sigue desafiando “al sistema”.
Obrador no va a cambiar, como acabamos de ver: su negocio son los desplantes, las bravuconerías, el obstruccionismo desleal, las denuncias desmesuradas y el cuestionamiento, por principio, de cualquier iniciativa, obra, decisión o medida que no provenga de su persona.
Jamás reconocerá nada bueno en un mundo donde mandan los “ricos y los poderosos” y que, interesada y mañosamente, él reduce a una muy maniquea separación entre buenos y malos. Una visión, además, que fomenta odios y rencores que terminan siendo muy rentables para su causa.
Pero entonces, ¿el PRD no puede aprovechar esta circunstancia para devenir en una izquierda moderna, abierta, tolerante e institucional? Y, ¿no sería éste el momento para dar ese paso? La idea es menos descabellada de lo que pudiera parecer si consideramos que, en algún momento, muchos de los ciudadanos que votan por el PRI y el PAN pudieran comenzar a percibir al PRD como una verdadera opción si el partido se presenta ante ellos como una organización responsable y moderada.
A los votantes modernos les atrae el centro del espectro político pero en nuestro país, aquejado además por una oleada de inquietante neoconservadurismo, la izquierda extremista no ha logrado ser una alternativa para quienes están ahora descontentos de las cosas.
Los votos, para el PRD, no están ya en el campo de los alborotadores revolucionarios. Están del otro lado. ¿Lo entenderán?