¡Oh táñeme, Señor!

Seguimos crucificando a Cristo con el mal ejemplo: Al no ser congruentes con lo que decimos y hacemos.

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Cada vez que tocamos el tema de la crucifixión de Cristo nos embarga la tristeza y nace en nuestro corazón el dolor y la angustia cuando vemos  lo que sufrió Jesús en su muerte en el calvario. 

Hay datos que nos llenan de escalofrío, al ver que “sudó sangre”, cosa extremadamente rara y sólo se da cuando hay un sufrimiento intenso y un desgaste corporal extenuante. Asimismo, en los estudios de la Sábana Santa, se encontró “masa encefálica” en el manto; porque al meter la corona de espinas en la cabeza, más que corona, era un casco de espinas de más de 10 cm. Estas espinas le taladraron el cráneo hasta llegar al cerebro.

En la “herida del costado” ya no salió sangre sólo suero, síntoma de hemorragia masiva al perder volumen sanguíneo. Se sabe que de los cinco litros de sangre en el ser humano, eso sólo sucede cuando hay una perdida de más del 80 por ciento.

“Los clavos” fueron en muñecas y tobillos para que no se desgajaran manos y pies. Y esto ocasionó que se lesionara el nervio mediano de la muñeca, lo cual da como resultado la mano en forma de pico, como se ve en la sabana santa. 
Y lo mas terrible en la crucifixión fue “la muerte por asfixia”, al quedar colgado en la cruz tenía que apoyarse en los clavos, y por el tremendo dolor y la fatiga, acabo cediendo a su cuerpo y murió....¡asfixiado!

Todo lo anterior nos lleva a reflexionar que nosotros crucificamos a Cristo, y lo seguimos crucificando al pasar de los años. Lo crucificamos todos los días con la lengua: Al fomentar intrigas, pleitos, rumores y chismes. Al no decir la frase “te quiero”, pecamos en omisión. Le negamos esta frase de amor al familiar o a nuestro prójimo más cercano.

Seguimos crucificando a Cristo con el mal ejemplo: Al no ser congruentes con lo que decimos y hacemos. Al escandalizar con nuestros actos y acciones. ¡Claro que lo crucificamos!... con las manos al hacer ese “negocio” y robarle al prójimo. Al no dar la palmada al amigo o al que sufre. Al no acariciar a nuestros padres, pareja e hijos.

Lo continuamos crucificando con los ojos: Al ver en forma libidinosa a nuestro prójimo. Al no querer ver al que sufre, y no ofrecerle nuestra ayuda. Al no ir a “ver” a nuestros padres y hermanos. Si somos estériles en lo afectivo y con nuestro egoísmo emocional, lo seguimos clavando en la cruz.

También lo  crucificamos con la boca: Al no dar palabras de aliento; al criticar y destruir con nuestra lengua al prójimo; volvemos a clavar en la cruz a Cristo, al no ofrecer una sonrisa de consuelo al que sufre, o al usar una sonrisa hipócrita con el prójimo.

El próximo Viernes Santo podemos acompañar a Jesús en su clavario de la cruz, y rezar a su lado esta plegaria:

“¡Oh táñeme, Señor! para que crujan con tu acento mis carnes azoradas. Para que un soplo de fervor me inunde. Y se rasguen mis carnes, como llamas. ¡Oh táñeme, Señor! Y con tal fuerza que truene un huracán en mis entrañas, y estallen mis venas, y me sienta todo pleno de ti, y a un tiempo ¡nada! A ver si de este modo se mantiene en vigilante expectación, mi alma. Señor, si tú faltas, nada me sostiene. ¡Tú eres el perdón, por el que mi ser clama".

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