Otra reforma electoral

La urgencia de un cambio en las reglas políticas y electorales del país lleva al planteamiento de una nueva reforma electoral.

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Al calor de la pre-precampaña electoral de 2018, la urgencia de un cambio en las reglas políticas y electorales del país lleva al planteamiento de una nueva reforma electoral.

Desde el PRI y el PAN, se han puesto en el centro del debate tres viejos temas: eliminar la prohibición de que los partidos compren publicidad en radio y televisión, reducir la representación proporcional en las cámaras y elegir al presidente en dos vueltas electorales. De los demás partidos, poco o nada se ha oído.

Es grave que se proclamen propuestas tan superficiales, conceptualmente frívolas y demagógicas; pero es profundamente irresponsable que, una vez más, las principales figuras y partidos del país ignoren la necesidad crítica de transformar el sistema político en sus estructuras fundamentales.

A diferencia de cualquier transición democrática, la alternancia en México, que marcó el fin del viejo régimen de partido de Estado, no dio lugar a un nuevo sistema político, sustentado en grandes acuerdos sociales plasmados en la Constitución. El conjunto de las fuerzas políticas pretende, desde entonces, por la vía de los hechos, dejando las cosas como estaban, que la nueva pluralidad del país se pueda manejar con las leyes heredadas del sistema de partido hegemónico. La nueva reforma apunta en la misma dirección.

El gran problema de fondo del sistema político mexicano hoy es que produce, necesaria e invariablemente, funcionarios (diputados, presidentes, gobernadores) electos por una minoría social que oscila alrededor del 40% de los votantes, en tanto que el 60% -la mayoría- vota por quienes no llegan a los cargos. De esta manera, quienes ocupan esas posiciones lo hacen en contra de la voluntad expresa de la mayoría de los electores. Eliminar los plurinominales reduciría aún más la representación de esta mayoría, en tanto que la segunda vuelta daría al electo un respaldo electoral efímero, que no permanecería durante el gobierno.

Es hora de asumir la democracia sin remilgos. Establecer un nuevo sistema en el que todos los ciudadanos pesen electoralmente lo mismo, con máxima proporcionalidad en la elección de las cámaras, y con presidentes respaldados por alianzas socialmente mayoritarias, que los elijan a través de sus parlamentarios.

El presidencialismo está muerto. Urge enterrarlo.

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