Palabras bálsamo

La escritura, propia o ajena, puede ayudarnos a afrontar y manejar el dolor.

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Su oficio, y en buena parte su vida, era escribir, reflexionar sobre el lenguaje. En su mesa de trabajo siempre tenía disponibles hojas cortadas en cuartos, tras la muerte de su madre empezó a escribir un Diario de Duelo en estos pedazos de papel. Quizá pretendía encontrar la forma de sobrellevar la ausencia, habían pasado juntos, sin separarse, los sesenta y dos años de vida de él. En su escritura hallaba explicaciones que él mismo no había advertido: 

19 de noviembre de 1977

[Confusión de las funciones.] Durante meses, fui su madre. Es como si hubiera perdido a mi hija (¿hay dolor mayor? No había pensado en eso).

Al ir anotando lo que sentía intentaba contener un poco el dolor, como si éste pudiera ser atrapado en palabras:

1 de agosto de 1978

“Mi aflicción es inexpresable pero como quiera que sea decible. El hecho mismo de que el lenguaje me proporcione la palabra “intolerable” logra de inmediato una cierta tolerancia”.

Sus apuntes oscilantes entre el dolor y la aparente calma, sus silencios marcados por los días sin escritura, sobreviven y llenan todo el espacio:

Hacia el 12 de abril de 1978

“¿Escribir para acordarse? No para recordarme, sino para combatir el desgarramiento del olvido en cuanto que se anuncia absoluto. El –pronto– ‘ya ninguna huella’, en ninguna parte, en nadie”. 

Roland Barthes falleció dos años después de su madre. Las fichas que escribió fueron recolectadas por Nathalie Léger, quien estableció y anotó el texto que hoy leemos con el título Diario de Duelo, en el prólogo nos explica: 

“No se lee aquí un libro acabado por su autor, sino una hipótesis de un libro deseado por él, que contribuye a la celebración de su obra y, de esa manera, la ilumina”. 

La única certeza de la vida, la muerte, nos sacude y nos llena siempre de incertidumbres. La escritura, propia o ajena, puede ayudarnos a afrontar y manejar el dolor.

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