Para el maestro en su día

Primero quiero ofrecer disculpas porque en esta entrega editorial trataré un asunto familiar...

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Primero quiero ofrecer disculpas porque en esta entrega editorial trataré un asunto familiar, pero que tiene que ver con los maestros, pues cuatro de mis siete hermanos, de los cuales uno todavía sigue en activo, se dedicaron a la noble profesión de enseñar a los demás. De ellos aprendí que el maestro comprometido con su trabajo trasciende su propio tiempo y sus circunstancias.

De mis queridos hermanos supe lo que significaba levantarse todos los días a primera hora para acudir a la escuela, entregarse a su noble labor, regresar a la casa para preparar la clase del día siguiente, ser consejeros e inclusive, padres de los niños que acudían a la escuela en condiciones lamentables de pobreza y con altos grados de desnutrición.

También de ellos conocí que ser maestro no significa solamente cumplir con un horario para recibir quincenalmente un sueldo, entendí que cuando uno se entrega a la profesión de maestro, adquiere un gran compromiso con la sociedad, que espera mucho de quienes forjan generaciones de mexicanos para enfrentar el futuro.

Y no es porque sean mis hermanos, pero todos ellos se prepararon para ser buenos maestros, con el entendido de que no estudiaron para ocupar un lugar en el magisterio simplemente  para cumplir medianamente con su responsabilidad. En un tiempo donde estudiar para  maestro representaba contar con un trabajo seguro para apoyar la menguada economía familiar, mis hermanos comenzaron su aventura al frente de un salón de clases a los 18 años de edad.

Recuerdo cómo mis padres les decían que si iban a ser maestros, no se olvidaran cuál era su origen y que por ello, entendieran a los alumnos que hacían un gran sacrificio por ir a la escuela; ellos lo comprendieron bien, porque después de muchos años dedicados a la docencia, pudieron retirarse con el orgullo del deber cumplido.

La vida de un maestro está llena de desafíos, desde aquella época romántica en que fueron gestores de la sociedad, consejeros espirituales y líderes políticos, hasta el presente, en que han tenido que actualizar sus conocimientos para no quedarse a la zaga, ante los retos de un mundo tecnológicamente avanzado. 

La mayor satisfacción que puede tener un maestro es saber que su esfuerzo cambió la vida para siempre de miles de personas, que su compromiso en las aulas generó transformaciones fundamentales en la manera de enfrentar los desafíos de nuestra sociedad.

Al sembrar la semilla del conocimiento en los niños y jóvenes que tuvieron la fortuna de pasar por sus aulas, los maestros se trascendieron a sí mismos y se convirtieron en impulsores de generaciones enteras que cambiaron el derrotero del país.

Pero tampoco podemos hacernos de la vista gorda sobre los graves problemas que aquejan al magisterio nacional en estos días; tal pareciera que ese impulso de la escuela histórica mexicana, que fue el faro guía de las transformaciones de nuestro país, ha perdido el rumbo y no sabe cómo enmendar el camino.

Decía mi padre que mientras una persona tenga una determinación a toda prueba, aunque a su alrededor se caiga el mundo, no habrá forma de hacerlo desistir de su propósito y así es en muchos casos la vida del maestro. Su responsabilidad está en las aulas, con los alumnos que esperan de ellos lo mejor; las autoridades por su parte, deben responder poniendo en las manos del maestro todas las herramientas para que puedan realizar su labor.

No somos tampoco ingenuos, sabemos cuántos intereses hay detrás de la muchas veces satanizada labor del maestro, que son presas fáciles del engaño y la manipulación para satisfacer intereses que nada tienen que ver con los estudiantes y sí con la política barata y la simulación.

Por ello y a pesar de ello, a los maestros de Quintana Roo, los padres de familia les pedimos que no dejen de lado su principal objetivo: los niños y niñas que esperan un mejor futuro que el de sus padres.

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