Para que deje de llover

En estos días de incesante lluvia, he recordado algunas enseñanzas de las abuelitas para que deje de llover...

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En estos días de incesante lluvia, he recordado algunas enseñanzas de las abuelitas para que deje de llover. Sus métodos eran diversos, quizá conozcan ustedes algunos de ellos, se los compartiré:

Cuchillos y tijeras

Cuando tenía una fiesta y se nublaba, mi abuelita decía: Siembra tus cuchillos en las esquinas y así evitarás que llueva. Lo lamentable era que lo hacía, pero la lluvia inevitablemente llegaba, a lo que mi abuelita agregaba: Debió ser porque enterraste primero el mango. Así que las siguientes ocasiones tuve más cuidado, y coincidió en que al momento del evento estaba el sol y ella muy orgullosa afirmaba que esos métodos antiguos siempre funcionaban.

Recuerdo que al momento de los truenos, ella siempre nos pedía a todos que la ayudáramos a tapar los espejos: de los roperos, del baño y todos los que hubiera en casa. Además debíamos guardar los cuchillos en sus cajones de la cocina para evitar que nos cayeran los relámpagos adentro de la casa y alguno terminara electrocutado.

Como era muy religiosa, cuando teníamos alguna tormenta en la ciudad, siempre decía:   San isidro labrador… quita el agua y pon el sol.

No he podido comprobar la efectividad de esta afirmación, pero ella aseguraba que si la fe mueve montañas, también podía mover las nubes.

Lo que sí puedo afirmar,  es que existen leyendas y mitos en prácticamente todos los pueblos de la tierra. Lo cierto es que las abuelitas eran un cargamento de conocimientos que nos llevaban a hallazgos y desafíos a la ciencia y nos hacían tocar fuentes interiores del asombro y de desconcierto. 

Lo que más me gusta de la lluvia es que es el ambiente perfecto para estar reunidos y aprovechar para recordar las leyendas mayas. Así que aprovecharé para contarles “La leyenda de la creación del agua”. 

Chac, Dios de la lluvia bajó a la tierra; observó el paisaje triste y pensó en cómo transformarlo en bosques coloridos y fértiles, se recostó en las gruesas raíces de la Ceiba celestial. 

Entró en  profundo sueño en el que vio una silueta de mujer en cuya piel se reflejaba la suavidad de las plumas del quetzal.  Escuchó  la voz de la revelación: 
“Por las venas de Ya´axché, Ceiba celestial, corre un líquido precioso que se asemeja a las  lágrimas. ¡Debes abrirla para que este se derrame sobre la tierra!” 

El cuerpo de la bella mujer se desvaneció entre las sombras. Chac la buscó en vano; tomó su cuchillo de rojo sílex, y lo clavó en la corteza de la Ceiba. 

Como canto de manantial empezó el primer aguacero, el chacalha. 
 
Cuentan los antepasados que aquella bella mujer era el espíritu del agua, quien vivía atrapado en el tronco de la Ceiba y,  el arcoíris que renace después de cada lluvia es su espíritu que se reúne con el corazón de Chac. Cuando se aman en la distancia, el cielo enardecido se tiñe de rosa, símbolo de fértil libertad, la lluvia significa renacer.

Así fue como la vida se deslizó en la danza del vaivén universal, arrullo de miel que surcó el cielo. 

Es oportuno en esta época, volver los ojos hacia nuestras herencias. Pero la mirada a lo nuestro debe plantearse en un sentido claro de apertura y de crítica. 

Debemos contemplar nuestra cultura ancestral como un gran árbol, unitario y diverso, con una corteza de texturas que tienen el conocimiento de nuestras abuelitas, con matices religiosos, étnicos, regionales; con raíces y ramas cuya grandeza literaria y cultural, nos permitió un horizonte más amplio. 

En nuestra propia estalactita  hay sin duda barros y aguas arteriales que hacen posible reconocernos como miembros de una familia o un pueblo.

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