Parajes literarios

Otras veces, los encuentros son menos placenteros aunque igualmente añorados...

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Más de treinta narraciones conforman el libro Nada que fingir (2014) de Miguel Manjarrez Torres, quien coloca a sus personajes bajo el lente del microscopio para poder separar los sueños en los que viven de la realidad en la que sueñan, o bien, para disectar los deseos del temor que les provoca verlos cumplidos.

Los espacios por los que transitan los personajes son el marcador más fuerte de identidad que presentan. En unos casos, configuran su actuar, como en el relato “Chetumal”, donde, después de quince años de ausencia, el protagonista regresa al Boulevard de esa ciudad para descubrir que casi nada ha cambiado: los mismos puestos, las mismas actividades; lo único que hace falta es: “un anciano de tez quemada, de mirada agradable y sombrero de paja”. 

Para completar la perfección del lugar es necesario que el joven ocupe la vacante que ha dejado el anciano, en un intento por mantener intacto el paisaje grabado en la memoria.

El abandono, la separación, son temas recurrentes en la prosa de Nada que fingir, pero también lo es el deseo del reencuentro. Por ejemplo, en el relato “Aniversario” convergen gozosamente el mundo de los vivos y el de los muertos mediante un permiso especial que reúne a los jóvenes amantes. 

Otras veces, los encuentros son menos placenteros aunque igualmente añorados, como aquel donde un periodista encargado de hacer un reportaje permanece mudo, escuchando sin interrumpir el relato de Trisha, quien poco a poco se va descubriendo, se va despojando del maquillaje, de los atuendos y de las pelucas que utiliza en sus números del bar donde trabaja, hasta quedar completamente desnudo de disfraces, de frente al que por primera vez reconoce como hijo.

Leer la narrativa de Miguel Manjarrez es ver el mundo a través de los ojos de otro, es explorar la naturaleza humana tan diversa en bondad como en malicia. Ahora el turno de transitar por sus páginas y descubrir nuevos parajes es tuyo.

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