Partidocracia

Los partidos son, en democracia, el mecanismo idóneo para que los ciudadanos hagan converger sus intereses y accedan a las decisiones del Estado. Sin ellos, no hay pluralidad posible.

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En cuanto el mecanismo de la consulta popular fue incluido en la legislación mexicana, los tres principales partidos del país lanzaron cada uno una propuesta para poner en ejercicio el nuevo método de decisión.

Esta dinámica ha sido un tanto decepcionante para muchas personas, pues la motivación fundamental de instrumentos como la consulta es, justamente, permitir que los ciudadanos tengan acceso directo -y no sólo a través de sus representantes- a las decisiones del poder público. En todo caso, las propuestas que PRI, PAN y PRD hacen no requerían de este nuevo mecanismo para ser debatidas y decididas, pues a esos partidos pertenecen la inmensa mayoría de los legisladores.

Se percibe que el nuevo instrumento de democracia directa está siendo pervertido, una vez más, por la indeseable partidocracia.

Imaginemos, sin embargo, un escenario opuesto, en el que la consulta popular y otros instrumentos novedosos, como las candidaturas independientes, fueran usados no por políticos profesionales y sus partidos, sino por personas normales, ciudadanos comunes y corrientes que todos los días acuden al trabajo y se encuentran al margen del poder.

En el transcurso de muy poco tiempo, quienes se encuentran en favor de unas u otras propuestas, quienes logran ganar este o aquel puesto electivo, encontrarían que, en los distintos temas sociales y políticos, coinciden más o menos con otras personas y discrepan de otras. Para los ciudadanos sin partido, ahora electos como diputados y senadores, por ejemplo, se haría evidente que, por sí solos, representando a algunos miles en una país de millones, no podrían nunca convertir sus ideas en leyes.

Requerirían el apoyo de otros, con quienes hubiera acuerdo en torno a las propuestas, y encontrarían la oposición de quienes las encontraran inaceptables, pues nada es sencillo ni unánime cuando se discute qué hacer con el Estado. Finalmente, se encontrarían con que sus afinidades en distintos temas los agrupan de manera más o menos estable y, listo, tendríamos otra vez partidos políticos.

Los partidos son, en democracia, el mecanismo idóneo para que los ciudadanos hagan converger sus intereses y accedan a las decisiones del Estado. Sin ellos, no hay pluralidad posible.

La única alternativa a la partidocracia es la dictadura.

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