Las autoridades confirmaron que el cadáver era Francisco Rafael Arellano Félix. Hombre libre que gustaba insertar desplegados en la prensa de Sinaloa con remates de esta clase: “Soy creyente en Dios sin ser un tragasantos”.

Para más datos, era el mayor de los hermanos de la familia de famoso apellido. Cumplió sentencia 28 años en Estados Unidos. Recuperó la libertad en 2008. Lo mataron el viernes en el salón de fiestas de un hotel de 100 dólares la noche, entre Cabo San José y Cabo San Lucas.

Le disparó un sicario, cuentan que disfrazado de payaso. Podrá decirse que fue un mal Coppola, cine gore, exceso de sangre artificial. Las autoridades aseguran que darán con el ¿payaso? Y que no es chiste.

Una cosa no tiene que ver necesariamente con la otra, pero en el norte de la península había intranquilidad. Un par de semanas atrás colgaron una manta en el fraccionamiento La Cúspide, de Tijuana. Una amenaza a la policía municipal. La prensa especializada conjeturó que los autores, el Nuevo Cártel de Tijuana, podrían ser una “reminiscencia o una escisión del cártel de los Arellano Félix”. Firmaron la manta: Charro Aquiles, Atlante Chan y Don Balas.

Quisiera creer, como proponía Santayana, que esto es lírico en su esencia, trágico en su destino y cómico en su existencia. Pero no es así.

Eso en Baja California. Rastreo, literalmente rastreo la prensa de los últimos cinco días. Horror escondido, dolor en Jalisco, Nuevo León, Chihuahua, Sinaloa, Tamaulipas, Morelos. Y el silencio que abruma en un país todavía repleto de muertos y matones.

Como si en 2013 la violencia criminal fuera una payasada.