Penurias en urgencias

¿Acaso sabían, lectores, que enfermitos de Guatemala y El Salvador viajan desde sus países para atenderse en el O’Horán?

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Rostros distorsionados por el dolor, gritos que conducen a la desesperación, gestos –en ocasiones- de resignación, cuantioso olor a sangre y personal que, entre risas y seriedad, ejecuta su trabajo. Cientos de personas aguardan informes sobre sus familiares; algunos entrarán y no saldrán vivos. Así es la vida, pero la mascarada de la existencia también tiene tientes gachos, de tragicomedia.

Al menos, por la noche y la madrugada, el escenario de la “zona de guerra” de Urgencias, en el Hospital O’Horán, el ya legendario nosocomio público de Mérida que se mantiene de subsidios de los gobiernos estatales, es deprimente.

No se trata del dolor humano por los accidentes, los enfermos que carecen de plata para ir a los sanatorios particulares, cuyas consultas suelen fluctuar en varios miles de pesos, o los ingresados, precisamente, de urgencia. No. El asunto se llama atención y equipamiento en un sitio que no puede darse el lujo de fallar en la salud de los más jodidos.

El azar del destino llevó al escribidor de esta columna a ingresar a un compañero en el O’Horán, porque, de golpe y porrazo, empezó a sangrar de la nariz. Su presión arterial estaba como olla de tamales y ello provocó que estallaran los vasos sanguíneos de la nariz. Obviamente, la “mole” brotó como nunca y paraba. Parecía la manguerota con la que, de vez en cuando, Parques y Jardines del Ayuntamiento de Mérida riega los pastos de la ciudad, cuando el calor y el sol amenazan con secarlo todo.

Después de que paramédicos de la Cruz Roja le dieron los primeros auxilios al compa Agustín y lo trasladaron a la zona de Urgencias del O’Horán (muy agradecido por la labor de los elementos de la Benemérita Institución), los médicos y enfermeras le dieron duro y tupido a la “apañada” de sangre, aunque la muy condenada parecía querer salirse completa de la no muy pequeña humanidad del paciente.

La labor de los “doitores”, bastante profesional y con el material disponible en ese momento, logró contener el chubasco de líquido rojo del enfermito, pero él es tan sólo una realidad de decenas reunidas en pequeños cuartos donde el tránsito humano es más que increíble.

Las carencias son incalculables y las angustias, más. Aunque hace algunas semanas, el titular de los Servicios de Salud del Estado de Yucatán, Jorge Mendoza Mézquita, anunció que para habilitar mejor las funciones del Hospital O’Horán, otras clínicas y demás consultorios del sector salud oficial se harían cargo de consultas médicas, para dejar al primero casi exclusivamente para urgencias. Cierto, sólo para emergencias, pero para ello es necesario disponer del material importante.

Y paren ello es vital el dinero y, por supuesto, las ganas de trabajar con el nosocomio público más reconocido no sólo en Yucatán, sino también en parte de Centroamérica. ¿Acaso sabían, lectores, que enfermitos de Guatemala y El Salvador viajan desde sus países para atenderse en el O’Horán? Increíble, pero cierto. Ya se imaginarán cómo están los servicios médicos en esas naciones.

Y, desde esta humilde trincherita, viene una propuesta que esperemos no saque ronchas a nadie de las altas esferas del poder estatal, ya que de vez en cuando la piel se les pone muy sensible. Nada fuera de la lógica, pero qué tal si el mandatario Rolando Zapata Bello decidiera visitar, en horas de la noche o madrugada, los servicios de urgencias del Hospital O’Horán, pero sin que fuera una visita guiada por sus colaboradores o personeros que sólo querrán que vea lo que éstos, precisamente, decidan.

Señor Gobernador: dese una escapadita, pero sólo usted, y comprobará que el dolor y la angustia van aparejados de las necesidades materiales de una bondadosa institución.

Amiguitos y amiguitas, ya saben: sugerencias para que el O’Horán no entre en terapia intensiva, enviarlas a [email protected] y/o [email protected]

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