'¡Perdónalos padre, porque no saben lo que hacen!'

La muerte de Jesús fue más que una muerte. Fueron muchas muertes reunidas en una sola.

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“¡Perdónalos padre, porque no saben lo que hacen!”. Fue el grito de Jesús que dio en la cruz, momentos antes de morir. Y ese grito sigue retumbando en los oídos de toda la humanidad, a pesar de haber pasado más de dos mil años.

El grito de Jesús debió de ser algo impresionante, porque lo recuerdan y subrayan tres de los cuatro evangelistas, y hasta San Pedro lo menciona. Marcos dice: “Dando un gran grito expiró”, y Mateo cuenta que “Habiendo gritado de nuevo con gran voz entregó su espíritu”. Para Lucas es la séptima palabra de Cristo cuando dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

¿Será que ese grito lo dio Jesús cuando colgado en la cruz, sangraba y moría en su agonía, vio que toda su sangre vertida en la crucifixión, y todos los martirios que sufrió y más aún su muerte, no tendrían sentido?
Para que tengamos vida, Cristo murió por todos nosotros. La muerte de Jesús fue más que una muerte. Fueron muchas muertes reunidas en una sola. 

Quien tiene que compartir la muerte de todos, muere más que el que sólo muere la propia. Bien escribió Guardini: “El aniquilamiento es tanto mayor cuanto más es lo que aniquila. Nadie ha muerto como Jesucristo porque era la misma vida. Nadie ha expiado el pecado como él, porque era la misma pureza. Nadie ha caído tan hondo en la nada, porque era el hijo de Dios”.

Respecto al grito de Jesús, el sacerdote español Martín Descalzo nos narra algo que nos hace reflexionar: “Tal vez el grito de Jesús en la cruz fue de angustia y de coraje. Porque lo grave no es morir, sino morir inútilmente. ¿Será que vio desde la cruz los frutos de su pasión?, ¿Vio en su agonía en la cruz la mediocridad de sus elegidos? ¿Los falsificadores de su evangelio, los falsos profetas y componendas de los hombres de Iglesia, la violencia de los violentos, el imperio de la mentira, las divisiones entre cristianos, las risas de los listos de este mundo, la carne vendida en los mercados de la noche. 

¿Vio el llanto de los inocentes oprimidos, las falsas palabras de los redentores del pueblo?: ¿Vio hambre de dinero resbalando por debajo de las puertas de todas las almas? ¿Comprendió que él, con su muerte, daría un sentido al dolor de los hombres, pero no conseguiría impedir que los hombres sufriesen? ¿Vio acaso el infierno de la indiferencia de los que cerraban su vida a la llamada de su amor?”

Es el grito de Jesús, que cada día lo lanza, al ver cómo los hombres se siguen martirizando, destruyendo y asesinándose los unos a los otros. Como hienas frenéticas han pedido que caiga la sangre de Cristo sobre sus cabezas, y no se han dado cuenta que han crucificado el amor, la ilusión y la esperanza.

Al vivir esta Cuaresma, sería bueno volver los oídos al cielo, para volver a escuchar el grito de Jesús, el cual sigue clamando con su amor, con su paciencia y con su perdón. Es un grito de amor, pues espera que seamos felices; es un grito de paciencia pues el puede esperar nuestro cambio; y es un grito de perdón, porque nos lo ofrece incondicionalmente.

Acompañemos hoy, y siempre a Cristo en su calvario, generando concordia, servicio y amor. Y cuando no recibamos lo que dimos, podemos gritar junto con Jesús: “¡Perdónalos padre, porque no saben lo que hacen!”. 

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