Perseguido por la bestia

A cada paso miraba con aprensión sobre su hombro, respirando y caminando con dificultad, uno, dos, uno, dos, iba prácticamente arrastrando la pierna derecha, girando nerviosamente la cabeza hacia atrás.

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Sentía cómo el sudor le escurría por ambos lados de la cara, por la frente, desde la cabeza hasta el cuello, desde el cuello hasta el pecho, empapándolo, podía sentir sus brazos sudorosos y cómo ese sudor escocía las heridas.

Se pasó una mano sucia por la cara, se detuvo un instante, apoyándose contra la pared del pasadizo cubierto por enredaderas, su respiración era forzada y rápida, cerró los ojos, y con gesto de dolor apretó el trapo, a modo de torniquete que llevaba en la pierna derecha, inhaló una gran bocanada de aire y siguió trotando con dificultad entre el camino revestido por arbustos y plantas de ásperos tallos que llegaban hasta el cielo.

Las lágrimas se confundían con el sudor en aquel rostro desesperado. A cada paso miraba con aprensión sobre su hombro, respirando y caminando con dificultad, uno, dos, uno, dos, iba prácticamente arrastrando la pierna derecha, girando nerviosamente la cabeza hacia atrás, desesperado, en un camino que parecía no tener fin, pero justo delante de él, envuelto en la oscuridad y preparándose para embestir, se encontraba el terror, mitad hombre, mitad toro.

La bestia bufó. El hombre se paró en seco y miró al vacío, en un silencio absoluto.

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