Picar la cresta

Mañana por la noche, si todo se desarrolla conforme la regularidad a que nos tienen acostumbrados los procesos electorales norteamericanos...

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Mañana por la noche, si todo se desarrolla conforme la regularidad a que nos tienen acostumbrados los procesos electorales norteamericanos, seguramente podremos saber con alto grado de certeza que se ha conjurado el peligro contumaz que representan la demagogia y el aventurerismo encarnados por Donald Trump y que los Estados Unidos tiene en Hillary Clinton a su primera presidenta, o primera presidente, como gustaban decir los argentinos.

 Y habremos sido testigos nuevamente de la derrota de la sinrazón, del desprecio por el desarrollo tecnológico y la ciencia y del maltrato a los que creemos en la igualdad de la gente como destino común de las naciones,  tesis que estuvo en el centro de la propaganda del candidato republicano y causó irritación entre las personas sensatas del orbe, pero también entre los propios simpatizantes, dirigentes y figuras importantes del Partido Republicano que oportunamente se deslindaron del aprendiz de brujo que de manera intuitiva quiso reeditar el viejo fascismo.

Lo verdaderamente sorprendente, sin embargo, estriba en la facilidad con que el discurso xenófobo y racista permeó en amplios segmentos de la clase media y las adhesiones, incluso vergonzantes,  que fue obteniendo hasta llegar a representar aproximadamente al 40% de la población norteamericana, lo que da cuenta en primer lugar de las graves deficiencias del sistema educativo, en una era que se enorgullece de poner la información al alcance de todos gracias al internet y las “redes sociales”, así como al creciente descontento derivado de la ineficiencia de los gobiernos, emanados de sistemas democráticos, que no atinan a cumplir las expectativas de la ciudadanía en cuanto a crear las condiciones necesaria para generar fuentes de empleo sobre todo para las nuevas generaciones, así como para detener el deterioro del nivel de vida de la población en general.

Gobiernos que permiten la apropiación por cada vez menos de los beneficios del crecimiento económico en lugar de facilitar su mejor distribución entre las amplias capas sociales. Donde las únicas beneficiadas resultan ser las grandes corporaciones.

Muchos apuntan que, a pesar del triunfo de Hillary, el daño está hecho y que será difícil para la sociedad norteamericana restañar las heridas para volver a trabajar en objetivos y valores comunes. Tienen razón.

Como también es cierto que algo bueno hemos sacado de esta experiencia y es que, siguiendo el razonamiento de Juárez, no sólo es moralmente imposible el triunfo, por la vía democrática, de los reaccionarios sino que le resulta prácticamente inasequible cuando tratan de hacerlo picándole la cresta a los mexicanos y a los latinos o, si prefiere usted, jalándole los bigotes al tigre de las minorías, los afroamericanos, los asiáticos, o, peor aún, las mujeres.

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