¿Podemos confiar en el gobierno de Peña Nieto?

Yo, por lo pronto, a la señora Rosario Robles sí le creo.

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Adela Micha le pregunta a su entrevistada “si la realidad la rebasa”. La respuesta: “Obviamente. Estás hablando de que en este país hay 53 millones de pobres, Adela, de que diez millones están en condiciones de pobreza extrema —siete millones [en] pobreza extrema y carencia alimentaria— y [de] que a pesar de los recursos enormes que se han destinado a desarrollo social no cambia esta condición de pobreza. ¿Por qué? Porque, para cambiar, lo que necesitas es que el país crezca, que tenga más empleos, que tenga mejores opciones productivas. La tarjeta con dinero, tipo Oportunidades, ayuda a contener, te ayuda a mejorar los índices de salud y de educación de esos niños, pero no te resuelve el problema de la pobreza, no te ha sacado a la gente de la pobreza. Ahí tiene que haber un rediseño y vincular todos estos programas de subsidio con programas productivos. Si ya un niño fue becado por Oportunidades en la primaria o en la secundaria, y luego también en la educación media superior, dale la beca para que termine la universidad o vincúlalo al empleo formal para que realmente ese subsidio haya sido la base para llegar a algo mejor. Estamos trabajando en todo ese rediseño”.

¿Quién habla? Es Rosario Robles, la secretaria de Desarrollo Social del gobierno federal, en la televisión, el pasado jueves por la noche. 

La sensatez y la claridad de la mujer son ejemplares. Habitualmente, el encargado de turno de un ministerio o de una entidad gubernamental responde con la petulancia del que cree que todo lo puede, sin expresar la más mínima reserva sobre sus capacidades y sin tocar, de paso, los temas verdaderamente sustantivos porque, en nuestra acendrada tradición de ocultamientos y discursos mentirosos, reconocer siquiera la realidad más visible se equipara a mostrar una debilidad personal, por no hablar del deliberado propósito de negar, sistemáticamente, todo lo que al resto de los comunes mortales nos resulta siempre evidente.

Y ahí están, pues, los datos, dichos sin ambages ni equívocos: 53 millones de pobres en México, de los cuales diez se encuentran en pobreza extrema y, dentro de éstos, siete que no tienen recursos para alimentarse bien. 

Y ahí está, de la misma manera, el reconocimiento de la enormidad de la tarea y, sobre todo, de que el mero asistencialismo no resuelve las cosas (de ahí la necesidad de reformular unas políticas públicas que, a lo largo de décadas enteras, no han logrado resolver el problema a pesar de cantidad inmensa de dinero que se ha gastado en el renglón social).

Pero se impone, desde luego, la actualidad de un país que ha sido azotado por una catástrofe natural de dimensiones históricas (aunque pareciera que todavía no tenemos suficiente conciencia de ello). 

Y en este renglón, la secretaria Robles se revela, además, como una funcionaria sensible: en el escenario mismo de la tragedia ha vivido de cerca el sufrimiento de nuestros infortunados compatriotas y, entre otros sucesos, relatala angustia desgarradora de mujeres que han perdido a sus hijos, sepultados en aludes de tierra o arrastrados por las corrientes de agua. “¿Qué les dices”, pregunta Adela. 

“Las abrazo y lloro con ellas”, responde la encargada directa de las acciones de ayuda en el estado de Guerrero, con una admirable sobriedad y sin el menor asomo de sensiblería. De paso, consigna escrupulosamente las acciones de un gobierno federal que se ha movilizado masivamente para atender la emergencia nacional y que “está ahí, y está protegiendo”: brigadas médicas de doctores y enfermeras que caminan seis, siete u ocho horas para llegar a las comunidades, equipos de salvamento, cuadrillas de protección civil y hasta intérpretes para atender a los pobladores de las zonas indígenas. 

Y, desde luego, el Ejército y la Marina: soldados que cargan despensas y que participan en la implementación de un plan DN-III (esto, creo yo, debemos saberlo todos los mexicanos) con “un nivel de organización muy importante”.

He dedicado espacio a este recuento porque, de pronto, me viene a la mente la realidad de una ciudadanía que está fatalmente divorciada de sus autoridades y que vive en un estado de permanente desconfianza, por no hablar de las denuncias, los infundios y las denostaciones que surgen cada vez que el gobierno hace algo o que enfrenta una situación excepcional.

No es bueno, para la nación mexicana, que estemos tan corroídos por ese veneno. Yo, por lo pronto, a la señora Robles sí le creo. Mis respetos.

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