¿Qué le pasó a México?

Se ha perdido la tranquilidad en lugares, antes apacibles, que no sabían de otras fechorías que aquellas perpetradas en la capital de la República.

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Conozco gente en varias regiones de México que me habla, cada vez que nos encontramos, del imparable deterioro de la seguridad en sus comunidades y del creciente sentimiento personal de incertidumbre que padece al enterarse, día con día, de extorsiones, secuestros, robos, violaciones y asesinatos. Delitos perpetrados ante la escandalosa ineptitud de unas autoridades que no sólo incumplen con su primerísima obligación de ofrecer protección a los ciudadanos sino que tratan de tapar el sol con un dedo pintando, con estúpida e irresponsable autocomplacencia, un panorama de inexistente bienestar.

Se ha perdido la tranquilidad en lugares, antes apacibles, que no sabían de otras fechorías que aquellas perpetradas en la capital de la República, antiguo reducto de delincuentes de todo pelaje donde no podías andar por las calles ni sentarte en la terraza de un café sin que se te apareciera un tipo con una pistola para despojarte del reloj o la billetera.

Eso era antes; hoy, Ciudad de México no es Tokio, ni mucho menos, pero es una de las urbes más seguras de todo el territorio nacional mientras que Colima, Torreón, Chihuahua, Monterrey, Nuevo Laredo y decenas de otras localidades, por no hablar de las zonas rurales de muchas de nuestras entidades federativas (Michoacán, Tamaulipas y Zacatecas, entre otras que compiten para llevarse el premio a la más peligrosa), han sido prácticamente tomadas por las organizaciones criminales.

Un matrimonio de Colima, cuya identidad es impublicable, me cuenta su inquietante historia, una de tantas: el hombre abrió un pequeño restaurante y, muy pronto, se personaron en el local unos matones para exigirle la consabida cuota semanal de “protección”. ¿De qué te va a defender, por cierto, esa gente? Pues, de ellos mismos. Primero te ofrecen un servicio no solicitado, a todas luces innecesario, y luego te amenazan. Nuestro amigo hizo los obligados cálculos, vio que las cuentas no le salían, les respondió que no podía pagar la cantidad ordenada y, cuando le avisaron de que iban a matarlo a él y a toda la familia, decidió hacer las maletas y emigrar, por lo pronto, a Guadalajara. Este episodio nos muestra, de la manera más palmaria, las funestas consecuencias que tiene la criminalidad en la vida económica de una comunidad. Y estamos hablando aquí de un estado que, hasta hace muy poco, era uno de los primeros en calidad de vida y que tuvo, en su momento, a uno de los mejores gobernadores de todo el país, Fernando Moreno Peña. Tiempos pasados…

Cada vez que las personas afectadas me consignan sus experiencias, se hacen una pregunta en verdad estremecedora y escalofriante, una interrogante que deberíamos también plantearnos todos los pobladores de un país que parece írsenos de las manos, una tierra hostil y amenazadora donde la gente de bien no puede ya estar: ¿Qué le pasó a México?

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