Quien ha llorado ve mejor

Quien niega las experiencias dolorosas de su vida nunca podrá dar consuelo y esperanza a otra persona.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Nada de lo que es humano, me es extraño.- Publio Terencio,  dramaturgo latino                                                         

Tomar consciencia de las propias heridas nos permite poder acompañar y ayudar a una persona que esté pasando por un trance doloroso. Esa  experiencia no nos encierra únicamente en un túnel oscuro y tenebroso sino que nos lleva a la luz. Es un proceso necesario para que la vida se renueve y le encontremos mayor riqueza y aprecio. En la persona humana se encuentra tanto la herida como el poder de sanación y renovación. 

Muchas veces, cuando se trata de consolar a una persona, nos orientarnos hacia los recursos y fortalezas de uno mismo y no recurrimos a nuestras fragilidades personales. Al compartir nuestra propia experiencia dolorosa y de cómo pasamos del dolor a la aceptación y a “vivir” de nuevo es cuando realmente ayudamos a la recuperación de la otra persona. 

Compartir el destino humano y las partes poco amables e inevitables de la vida, como la soledad, la enfermedad, el crecimiento, las separaciones, las pérdidas físicas y afectivas, los vacíos existenciales y la inmadurez, provoca una especie de transferencia en la que el dolor y las heridas del que sufre se reflejan de algún modo en quien lo atiende y acompaña. 

No reconocer la propia vulnerabilidad tiene graves consecuencias en la relación interpersonal. El desentendimiento y rechazo de las experiencias dolorosas que son parte de la vida pueden inducir a la actitud de ver en sí mismo, únicamente, la dimensión sana y en el otro sólo la dimensión herida. Se toma una actitud paternalista que no tiene en cuenta los recursos sanadores del otro y conduce a un estilo intervencionista, es decir, a resolver las situaciones de los demás con una serie de consejos y recomendaciones. 

La postura de invulnerabilidad o negación de las dolorosas realidades de la vida impiden la compasión y reconocimiento de que el otro tiene la capacidad de llevar al cabo su propio proceso de recuperación y salir avante. 

Quien niega las experiencias dolorosas de su vida nunca podrá dar consuelo y esperanza a otra persona.   

¡Ánimo! Hay que aprender a vivir.

Lo más leído

skeleton





skeleton