¿Quién para al bullying?

El problema afecta sin distinción a todas las clases sociales ante la falta de un marco normativo federal para tipificar y sancionar las agresiones.

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La incesante violencia entre jóvenes difundida explícitamente en las redes sociales nos confirma cotidianamente que la proliferación de ambientes peligrosos dentro y fuera de los colegios parece no tener fin, ya que muchos de esos casos permanecen ocultos bajo el velo de impunidad y encubrimiento de parte de la autoridad educativa a fin de evitar el escándalo social. Aunque en los dos últimos años se han hecho serios esfuerzos en materia legislativa para frenarlo, hasta hoy, todo intento ha fallado; entonces, ¿quién para la violencia escolar?

El problema, de dimensiones desconocidas, afecta en diferentes grados y sin distinción a todas las clases sociales ante la falta de un marco normativo federal para tipificar y sancionar las agresiones y homicidio cometidos por estudiantes dentro y fuera de las escuelas. 

La primera trinchera para su combate se abrió en el D.F., cuando su Asamblea Legislativa aprobó la Ley para la Promoción de la Convivencia Libre de Violencia en el Entorno Escolar y dejaba a su Procuraduría General de Justicia la instrumentación de políticas de prevención, orientación psicológica, jurídica y atención médica. De castigos y penas, su protocolo de sanciones considera como máximo la suspensión de 3 a 5 días al menor agresor. 

Otros estados, como Jalisco, Colima y Veracruz hicieron lo propio; Yucatán se sumó con la Ley para la Prevención, Combate y Erradicación de la Violencia en el Entorno Escolar del Estado de Yucatán, todas ellas en el mismo tenor.

La misma Comisión Nacional de los Derechos Humanos propone la tolerancia y el diálogo para evitar el acoso escolar, pero no ofrece alternativas jurídicas a los agredidos. 

Al final todos proponen una “sobadita a la víctima” y un sermón al agresor, pero nadie mira al origen del problema: la familia. Todo se incuba en el seno familiar, la educación de los padres es fundamental en la formación y conducta de sus hijos. 

Matrimonios disfuncionales y padres que trabajan todo el día son sustituidos por películas y juegos de violencia en el mejor de los casos, pues las drogas y pandillas atraen la atención de los menores con nefastos resultados.

No dejemos toda la carga a las escuelas, ya que los alumnos permanecen sólo unas seis horas en ellas con maestros maniatados para imponer orden; fuera de ellas la responsabilidad es de los padres. La solución la tienen los padres en la mano, actúen ya.

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