Recordando a Raúl Rodríguez Cetina

Conocí a Raúl en el 2008, durante una presentación de su más reciente libro editado por Plaza y Valdés, y se sorprendió por tener las dos primeras ediciones.

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Mediante esos mecanismos universales que sólo ocurren en la magia y en la literatura, hace unos días me aconteció algo que a mi juicio resulta extraordinario si bien no es la primera vez que me sucede algo parecido, pues los designios de los hados literarios son misteriosos e insondables…

Conocí a Raúl en el 2008, durante una presentación de su más reciente libro editado por Plaza y Valdés. Ahora el título escapa a mi memoria, pero lo que sí recuerdo perfectamente es que se sorprendió cuando al final de la presentación le pedí me autografiara dos de las primeras ediciones de sus libros, mismas que él afirmó: “Ya no se consiguen”.

Los libros en cuestión eran “El desconocido” (1977) y “Primer plano” (1982). Raúl era un yucateco que a temprana edad huyó a la capital del país como tantos otros lo han hecho en busca de suerte y una mejor vida. Aprovechando su regreso al terruño primordial le solicité una entrevista que más tarde publiqué en la revista nacional Generación.

Durante esa charla nació una amistad instantánea, pues Rodríguez Cetina más que un hombre sincero era una herida abierta, ya que la franqueza era su carta de presentación para aquel que la quisiera tomar. A partir de ahí nos escribimos correos intermitentemente hasta su novelesco fallecimiento en el 2009, apenas unos días después de que me escribiera diciéndome que me mandaba su autobiografía “El pasado me condena”.

En ese entonces, a manera de elegía, le escribí una sensible carta en un periódico local y, tras su publicación, creí que el círculo se cerraba. Cuál no sería mi sorpresa cuando hace una semana caminaba rumbo al Munal de la ciudad de México y en un pasillo de libros de viejo me topé con un puesto que remataba todos sus ejemplares a 10 pesos.

La mesa en cuestión era pródiga en títulos de autores yucatecos, algunos conocidos míos, como Hernán Mena Arana, Víctor Garduño y el propio Raúl, cuyas novelas abundaban y hasta se repetían. ¿De dónde vienen todos estos libros?, le pregunté al vendedor con mal disimulada curiosidad.

Eran de la biblioteca que tenía en su oficina del periódico Primera Plana este autor que ves aquí, Rodríguez Cetina, por eso tengo tantos libros suyos, creo que ya no los quería o algo así…, aventuró el vendedor sin saber que había fallecido hace 5 años. El círculo se abría de nuevo y el diálogo literario con Raúl también: me llevé todos sus libros...

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