Redes de aislamiento

Durante mucho tiempo, la llamada etiqueta en internet se reducía a unos simples pasos para no interpretar incorrectamente lo que escribíamos en chats y mensajes...

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Durante mucho tiempo, la llamada etiqueta en internet se reducía a unos simples pasos para no interpretar incorrectamente lo que escribíamos en chats y mensajes de correo-e. Después, estas reglas se hicieron más complejas con los blogs y vlogs; ahora con las redes sociales, la evolución dio un paso trascendental al transferir las pautas del mundo en línea a la realidad. 

Hoy nuestro comportamiento “online” es la principal influencia del desenvolvimiento en la realidad, tanto para bien como para mal, y resulta muy fácil achacar adjetivos negativos a estos nuestro patrones de conducta, sin darse cuenta de que no es la tecnología la que nos ha cambiado, sino nosotros mismos, al supeditarnos a ella, y no tomarla como lo que es: una herramienta. 

Las redes sociales han modificado, en primer lugar, nuestro concepto de la privacidad y propiedad. De entrada, sabemos que hoy en día “nada” es privado a menos que lo dejemos en claro, o en el caso de Facebook, que nosotros coloquemos los candados, pues el acceso generalizado y sencillo a la red de redes, pone a disposición de todo mundo cualquier cosa que subamos a ella, sin ocultar el hecho que nosotros también podemos hacerlo, aunque en público condenemos esta práctica para “quedar bien”. 

Esta situación crea también el problema más complejo y que ha traído infinidad de problemas a la libre expresión en internet: la propiedad intelectual. Así como la web nos permite el acceso a la información de “todos”, también lo hace con las creaciones de ese “todo”. Si está en línea, ente que en esencia no es de nadie, por antonomasia es de todos, lo que nos permite descargar una fotografía, archivos de música o video, sin sentir la culpabilidad de hace apenas dos décadas. Tenemos aquí un cambio en el paradigma “moral” sobre que tan libre es la libertad, debate que, por más que la Sociedad de Autores y Compositores de México rechiste, está sólo en nosotros dictar el juicio que corresponda a nuestras acciones. 

Tal vez el más contradictorio de los nuevos comportamientos derivados del auge de internet y las redes sociales, es el aislamiento de sus usuarios. No nos referimos al viejo hecho de vivir “pegados” al teléfono o tabletas, sino al acto de demostrar en línea la beligerancia e interés que deberíamos hacer patente en el mundo real. Esto podría explicarse bajo una óptica muy primitiva: en la web, el usuario puede asegurarse de “alguien” lo leyó, escuchó o vio, pues sus acciones se concentran únicamente en lograr ese objetivo, cuando “fuera de línea”, tiene que enfrentarse a una comunidad más compleja y menos absorta en los personajes y situaciones que las redes sociales venden como “problemas”.  

Siguiendo en el aislamiento, el ejemplo más folclórico son las fotografías y los autorretratos o “selfies”. Sobre el primero, basta decir que en estos tiempos digitales, lo más importante no es la experiencia o la vida en sí misma, sino registrarla en una foto, para compartirla en las redes sociales. Cierto que el dicho de la imagen y las palabras aplica a las mil maravillas, pero hoy en día, esto cae en la exageración, pues nosotros usuarios de internet, no sólo compramos una fotografía, también creamos con ella un pasado y futuro a esa imagen, formando así una historia que nunca existió; y si no lo hacemos nosotros, lo harán quienes la vean. Acerca de las “selfies”, son el epítome de la contradicción: por el sencillo acto de aislarlos en aras de compartir un momento de nuestras vidas, mucho más ahora con el “selfie stick”, ¿acaso es tan difícil pedir a alguien que nos tome una fotografía? ¿Acaso estos autorretratos nos restan capacidad social? 

Bajo toda esta óptica, es necesario preguntarnos cuánto más de nuestra capacidad de interacción en la comunidad estamos dispuestos a perder, con tal de formar parte de las redes sociales, pues a este paso, ¿quién necesita a Skynet para “acabar” con la humanidad? Si paso a paso la estamos erróneamente supeditando a la tecnología. 

Lo más leído

skeleton





skeleton