Reforma fiscal: no había por qué complacer al PRD
Dicen que la reforma fiscal de Peña Nieto, es una astuta estrategia para rebasar a la izquierda, justamente, por su flanco izquierdo.
La reforma fiscal de Peña Nieto, según dicen algunos individuos malpensados, es una astuta estrategia para rebasar a la izquierda, justamente, por su flanco izquierdo. Vamos, que la hubiera podido presentar, tan pancho, el PRD: nada de aplicar un IVA universal, nada de meter en cintura a los mercaderes informales, nada de cambiar a fondo las cosas y, sobre todo, nada de ponerse a recaudar impuestos como Dios manda, sin paternalismos y selectivas indulgencias.
¿Nos avisaban, los agoreros de siempre, que con la vuelta del PRI nos iba a caer encima el descarnado “IVA a medicinas y alimentos”? Pues, fallaron calamitosamente sus infaustas profecías. ¿Alertaban del retorno de una “derecha” tan despiadada como indiferente a la dura realidad que sobrellevan las clases populares? No hay tal, señoras y señores: el PRI, después de todo, es el fidelísimo guardián de los dogmas nacionalista-revolucionarios de siempre. Es más, fue quien los inventó, en primer lugar.
Pero, ¿por qué tanto interés en amansar a la antedicha izquierda si los bandazos ideológicos del propio PRI han exhibido, antes que nada, la naturaleza esencialmente pragmática de un partido político asombrosamente diversificado y heterogéneo? Dicho en otras palabras, ¿había realmente necesidad de coquetear con el PRD, de quitarle sus banderas, de neutralizar a los más impresentables de su feligresía y de conquistar a los díscolos siendo que el primerísimo negocio de esa gente, con perdón, es el obstruccionismo, para empezar, y que a las primeras de cambio, con el pretexto más peregrino, te van a atizar una feroz tarascada?
¿Cuándo han sido socios confiables de cualquier posible empresa si su vocación primigenia, lo repito, no es la colaboración (ellos, más bien, hablarían de “colaboracionismo”, de “oscuras complicidades”, de “entreguismo” y de “alta traición”, algo que estamos corroborando al ver cómo califica la militancia la inédita buena disposición de sus líderes para conformar el Pacto por México), sino la descalificación pura y simple de sus adversarios políticos? ¿Se puede ir de la mano con gente que es profundamente antisistema? Y, por encima de todas las cosas, ¿es razonable pagar un precio —en este caso, creo yo, la mismísima configuración de una reforma tributaria que no dará los frutos deseados, que afecta directamente a los mismos contribuyentes cautivos de siempre y que ha provocado la inesperada oposición de muchos sectores productivos— para preservar, contra viento y marea, la ficción de un consenso que, a estas alturas, es innecesario y, justamente, muy costoso? ¿No bastaba con celebrar sólidos maridajes con el PAN, ahí sí, y plantear las reformas que verdaderamente necesita este país, más allá de las ideologías y las apariencias, para declarar, de una buena vez, las intenciones de un gobierno que, gracias a la manera en como se han conformado los grupos políticos en nuestro Congreso bicameral, podría tener —negociaciones de por medio— las mayorías necesarias para llevar a cabo cualquier reforma?
El consenso, en sí mismo, no es un ideal obligadamente deseable en un sistema democrático cuyas tramitaciones se determinan por el mero peso que tienen los grupos mayoritarios, en oposición (y aquí, el término es determinante) a sectores que tienen otras ideas, otros propósitos y otra visión del mundo. Si los enfrentamientos en las campañas electorales son tan feroces, ¿necesitamos, una vez que el poder se ha repartido ya entre los diferentes contendientes, construir una fábula de consensos, idílicos acuerdos y concordancias artificiales que al final, lo repito por tercera vez, no resultarán en otra cosa que un sacrificio innecesario porque el otro bando, fiel a su naturaleza, terminará por asestar la puñalada trapera, de cualquier manera?
Naturalmente, luego de años enteros de postración e inmovilismo, el presidente Peña Nieto ha intentado edificar un sistema de alianzas entre las partes para propiciar la concreción de las urgentes reformas estructurales. Pero, con perdón, creo que no era necesario sacrificar la propuesta fiscal para complacer a una izquierda tan perfectamente prescindible como poco confiable. Pues eso.