Viernes Santo sin Regina. Vino el sábado. “¿Cómo la pasaron?”. “Bien, Don. Aunque el abuelo dio la nota”. “¿Qué hizo?”. “Enojó al padre en el confesionario.

Le dijo: ‘Padre, en 70 años de casado nunca engañé a mi esposa; pero ayer conocí a una jovencita de la mitad de mi edad con un cuerpo de aquéllos. Una cosa llevó a otra y cuando me di cuenta, nos estábamos meciendo en la hamaca, fumándonos un cigarro…’. El Padre molesto, le dijo: “Don Telmo, no debe rendirse ante los deseos de la carne. ¿Cuándo se confesó por última vez?’. ‘¿Yo? Pues nunca… no soy católico’. ‘¿Y qué hace aquí?’. ‘Es que se lo estoy contando a todo el mundo, Padre’.

Me regañó por no cuidarlo. Ni que hubiera secuestrado a alguien como los mocosos esos la semana pasada”. “Es diferente, Regina. Lo que aparentemente hicieron esos menores habla de familias con bajo presupuesto moral. Y como siempre, nuestra tragedia se contiene entre la irrelevancia de cada uno de nosotros en el orden natural de la especie y la grandiosidad de la maldad que, individualmente, somos capaces de producir. Si se confirma que son idiotas con iniciativa, deben ser castigados. Son un cáncer para la sociedad... incluyendo a sus padres”.